El béisbol, mi segunda religión, en grave crisis

De músico, poeta y loco…

Jesús M. Esparza Flores / Exprés

Este artículo es especialmente para los amantes de los deportes. Los chihuahuenses hemos tenido una gran conexión con los deportes, especialmente con el basquetbol y el béisbol. Hace unos días, mi hijo Ricardo me compartió un artículo de Dereck Thompson titulado y subtitulado: “What Moneyball-for-Everything Has Done to American Culture. You can make a thing so perfect that it’s ruined” (Lo que Moneyball-para-todo le ha hecho a la cultura estadounidense. Puedes hacer una cosa tan perfecta que se arruine.)

Dereck describe que el regreso de la Serie Mundial, en días pasados, ofrecía la oportunidad de participar en el verdadero pasatiempo nacional de Estados Unidos y preguntarse en voz alta por qué a la gente ya no le gusta el béisbol tanto como antes. Las posibles razones abundan: las huelgas de jugadores y ampayers, las estrellas de la infancia fueron castigadas por hacer trampa, las apuestas de Pete Rose, el bate de corcho de Albert Belle y Sammy Sosa, al uso generalizado de drogas para mejorar el rendimiento  y luego, los Astros de Houston se han unido a esta lista deshonrosa, por el robo de señales en la temporada 2017.

En septiembre del 2016, un pasante de los Astros hizo una presentación de PowerPoint para el gerente general, que demostraba una aplicación de Excel programada con un algoritmo. El algoritmo fue diseñado para decodificar las señas de lanzamiento que los receptores de los equipos opuestos mostraban a sus lanzadores. Los Astros le llamaron “Codebreaker”. Un empleado de los Astros se refirió al sistema del robo de señas que se desempeñó como las “artes oscuras”. Las reglas de la MLB permiten que un corredor parado en la segunda base “robe” señas y las transmita al bateador, pero las reglas de la MLB prohíben estrictamente el uso de medios electrónicos para descifrar las señas. El “Codebreaker” de los Astros violó abiertamente estas reglas. El campeonato recién obtenido por Houston, estará indeleblemente marcado por la trampa que hicieron para ganar el de la temporada de 2017, la violación a las reglas fue el uso de tecnología para robar señas, no el robo en sí de las señas.

El béisbol fue colonizado por las matemáticas y se resolvió como una ecuación. La revolución analítica, que comenzó con el movimiento conocido como Moneyball (película de 2011, protagonizada por Brad Pitt, basada en la historia real de Billy Beane, gerente general del equipo Atléticos de Oakland, quien utilizaba las estadísticas avanzadas para contratar jugadores), condujo a una serie de ajustes ofensivos y defensivos que fueron, digamos, catastróficamente exitosos. Buscando ponches, los mánagers aumentaron el número de lanzadores por juego y aumentaron la velocidad promedio de los lanzamientos. Los bateadores respondieron aumentando los ángulos de lanzamiento de sus swings, aumentando las probabilidades de un jonrón, pero haciendo que los ponches también fueran más probables. Hicieron formaciones especiales en base a las estadísticas, donde vemos que los jugadores de cuadro se acomodan en un lado del campo para evitar el hit o facilitar un doble play. Todas estas decisiones fueron legales y, lo que es más importante, todas fueron correctas desde un punto de vista analítico y estratégico, con el costo de pérdida de afición.

Los gerentes abordaron el béisbol como una ecuación, optimizados para Y, resueltos para X. El deporte del que me enamoré ya no existe más. En la década de 1990, hubo un 50 por ciento más de hits que ponches en cada juego. Hoy en día, hay consistentemente más ponches que hits. Los hits se han desplomado a mínimos históricos, a los niveles de la década de 1910. En el siglo y medio de historia de la MLB cubierto por la base de datos Baseball Reference, los 10 años con más ponches por juego son los últimos 10.

El clásico de otoño entre Astros de Houston y Filis de Filadelfia, ganado por los Astros en 6 juegos, es la segunda serie menos vista en la historia de la televisión, con un promedio de 11.7 millones espectadores por partido, esto muestra el desinterés y el declive comercial de este deporte. En la década de los 70’s, la audiencia promedio de televidentes por partido que registraba una Serie Mundial era de 36.2 millones de espectadores, en los 80’s de 34.4 millones, en los 90’s tuvo una media de 27 millones y a partir de los 2000’s el número cayó significativamente en un 30%.

Chihuahua domina ampliamente los nacionales de béisbol, actualmente es tricampeón, venciendo a Baja California en el estadio de Delicias; pero pocos, muy pocos peloteros de Chihuahua juegan en ligas profesionales de México o de Estados Unidos. La Liga Mexicana de Beisbol despierta poco interés e incluso es escasamente difundida, y por mucho, la Liga del Pacífico la supera en interés, en asistencia de aficionados, en calidad de los jugadores y en la infraestructura de los estadios. Chihuahua ha llegado a tener en la capital y en Ciudad Juárez equipos profesionales de beisbol de la liga mexicana, lamentablemente ha sido muy corta su participación, debido a la baja asistencia de aficionados.

No sé la verdadera razón por la cual el interés por este deporte esté decayendo en Chihuahua, en México y en Estados Unidos. Digo que el béisbol es mi segunda religión, porque desde niño me apasiona este deporte, mi padre me llevaba a ver los juegos de mis Mineros de Parral en el campeonato estatal de beisbol y como la oración del padre la aprende el hijo, yo hice lo mismo con mi hijo Ricardo desde que tenía apenas 4 años.

Debo resignarme al desinterés colectivo, pero yo seguiré siendo aficionado al béisbol, especialmente de los Mineros de Parral y de los Yankees de Nueva York en grandes ligas… por siempre.  Para mí, es el deporte más cerebral, más emocionante, y más parecido al ajedrez que cualquier otro deporte colectivo.

Frase recomendada de la semana: “Esto no se acaba hasta que se acaba”, para recordar a la leyenda del béisbol Yogi Berra, cátcher de los Yankees de Nueva York.  Esta expresión, más usada en contiendas deportivas, especialmente en el beisbol, nos dice que hay que esperar, a no dar nada por terminado, a no darnos por vencidos, puesto que las cosas pueden cambiar súbitamente.

Cantante recomendado de la semana: Ella Fitzgerald (1917–1996), fue una cantante estadounidense de jazz, apodada Lady Ella, la reina del jazz y la primera dama de la canción. No obstante, esta condición básica de jazzista, su repertorio musical es muy amplio e incluye swing, blues, bossa nova, samba, góspel, calypso, canciones navideñas, pop, etc. Junto con Billie Holiday y Sarah Vaughan, está considerada como la cantante más importante e influyente de toda la historia del jazz. Dotada de una voz con un rango vocal de tres octavas, destacando su clara y precisa vocalización y su capacidad de improvisación. En los 50s sentó cátedra con su concepción de la canción melódica, en paralelo a la obra de Frank Sinatra, con sus versiones de los temas de los grandes compositores de la canción popular estadounidense.

Ganó catorce premios Grammy, incluyendo el Grammy a toda su carrera, galardonada con la Medalla Nacional de las Artes y la Medalla Presidencial de la Libertad de Estados Unidos.  Recomiendo Lets Do It y  los  duetos con Louis Armstrong, tales como: Cheek to cheek, Dream a Little Dream of Me, Tenderly, etc.

Canción recomendada de la semana: I Can’t Give You Anything but Love (No puedo darte nada más que amor), con Ella Fitzgerald. A los especialistas les encanta discutir sobre la autoría de este célebre tema, pues su origen sigue siendo incierto. Se dice que la compuso Fats Waller, gran pianista de swing, que en 1929 le contó a un periodista que había mal vendido una composición que se había convertido en todo un éxito. Años después Andy Razaf, afamado letrista que había trabajado con Waller, abrió el interrogante en torno al robo de la canción. En el lecho de su muerte, una amiga íntima le pidió que tararease su letra favorita de cuantas había escrito, a lo que Razaf contestó entonando I Can’t Give You Anything but Love.

Sea como fuere, la canción se convirtió en una de las más escuchadas de la era del swing. Pero sin duda la versión más célebre vendría a cargo de la voz de Ella Fitzgerald que la tocaría toda su vida. En 1974, tras décadas dándole vida sobre los escenarios, la Reina del jazz sorprendió a todo el mundo con una versión junto con el trompetista Clark Terry, que luego se incluyó en el álbum Fine and Mellow. Hoy, es considerada una de las mejores canciones de la historia del jazz.

Por hoy es todo. Pues me voy…    jesusmesparzaf1962@gmail.com

Posdata: No se aceptan críticas, porque ¿saben ustedes cual es la diferencia entre una crítica positiva y la negativa? Pues, la positiva es toda la que yo hago y, la negativa es… ¡toda aquella que me hacen a mí!

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