Melchor Múzquiz y Arrieta, nombrado presidente interino al exiliar al usurpador Anastasio Bustamante, uno de los asesinos de Vicente Guerrero.
Javier Villarreal Lozano del Instituto Coahuilense de Cultura, nos recuerda a Melchor Múzquiz como el insurgente olvidado, que luchó por la Independencia de México al lado de los hermanos Rayón y de Guadalupe Victoria.
A la salida negociada por Santa Anna de Bustamante, Múzquiz es nombrado por el congreso presidente interino, era un General que contaba con prestigio por su honradez. Aborrecía la corrupción y el robo de caudales públicos; y exageraba tanto sus previsiones, que concentraba los impuestos en una habitación que fue reforzada para que el peso de las monedas no la derrumbara. Fue el primer presidente que cobró impuestos por puertas y ventanas, conventos y las casas de asistencia incluidas. Durante la celebración de las nuevas elecciones en 1832, ganó Nicolás Bravo, pero no tomó posesión por el sabotaje del congreso y Entidades Federativas, además de López de Santa Anna, que cobraba fama como Caudillo. Ahora cabildeaba para echar a Múzquiz para acomodar como presidente al frustrado Manuel Gómez Pedraza.
Cuando don Melchor Múzquiz se enteró que ya no era presidente, simplemente salió de Palacio Nacional. Días después, visitó a Gómez Pedraza y lo amonestó públicamente por usurpar la presidencia. En represalia lo dieron de baja del ejército. Aunque, pocos años después el patriotismo de Melchor Múzquiz fue reconocido y se le rehabilitó con su grado de general de división.
Múzquiz vivió siempre de su sueldo, aunque muchas veces no le pagaran. Tras dejar el poder, se encontró en la calle con Santa Anna, quien lo reprendió por el mal estado de su uniforme, indigno de un general de división que había sido mandatario. Múzquiz respondió que no tenía dinero para arreglarlo.
En su honor está nombrada la ciudad de Múzquiz en el estado mexicano de Coahuila. Gómez Pedraza gobernó tres meses, luego, competiría dos veces más por la presidencia, pero fue derrotado en ambas ocasiones, una por José Joaquín de Herrera y otra por Mariano Arista.
La sociedad no aparecía, la plebe y la indiada no eran parte del escenario de las disputas por el poder.
Los ciudadanos no existían, todo lo de gobierno era botín de caudillos, como ahora por grupos de corruptos manipuladores.