Antes de que se enfríe el café, Toshikazu Kawaguchi

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

Desde muy joven tengo una predilección por el café, quizá por recuerdo de la abuela y su dulce sabor del café de olla. Lo tomaba con azúcar, como cualquier joven lo hace. Pero los estragos de la edad, hizo que hace justo 20 años mi nutriólogo me lo impidiera. Desde entonces tomo café como siempre debí hacerlo.

Así que cuando crucé por el segundo pasillo de la Librería Gandhi, que está en Andares en Guadalajara, no pude desviar la vista de aquella carátula del libro que se exponía allí, frente a mis ojos. Antes de que se enfría el café, de Toshikazu Kawaguchi, se abría receloso y me invitaba a abrir sus hojas.

Mi encuentro con la literatura japonesa es más bien un desencuentro. Un sobrino me insistió tanto que tuve que leer a Murakami, y después de dos o tres libros no acaba por convencerme. Kawakami y su cielo azul me parece muy romántico; Ishiguro y sus Restos del día se me hace poco cadencioso, cansino y aburrido, y además el Nobel se me hace más inglés que japonés… 

Así que el café se enfriaba y no me decidía. Leí en la contraportada: “¿qué cambiarías si pudieras regresar al pasado? Y ¿a quién querrías ver, aunque fuera por última vez”. Entonces decidí dejar el libro. Cansado estoy de los viajes al pasado, que se puede cambiar y volver al futuro para encontrarse con un mundo ideal. El libro se quedó en el estante.

Recorrí lentamente los pasillos y me encontré con dos personas que hablaban de un café que habían abierto a dos cuadras hace apenas unos días. Café, café, café… necesitaba un café por terminar bien una mañana de compras de libros. Y entonces, fuera de lugar, me volví a topar con el libro en cuestión. ¿Una señal? No lo sé, pero se logró colar entre los otros que ya cargaba y de pronto supe que ya lo había pagado.

Apareció pues en el buró de la noche. Ya lo tenía, y pues comencé. El escenario se vuelve ideal para sospechar que tiene una buena trama y que esté lejos del clásico libro de un viaje al pasado. Un café escondido en un sótano en una ciudad de luces, poco concurrido, con una lámpara intermitente, una joven que sirve el café, un hombre maduro que prepara la bebida, y una señora ya madura que siempre ocupa la misma silla en la misma mesa en el mismo rincón de aquella cafetería perdida.

La leyenda cuenta que cuando la señora se levanta para ir al sanitario y solo a eso, quien ocupe esa silla puede viajar al pasado a una fecha precisa para encontrarse con la persona que se desee encontrar. El viaje al pasado dura el tiempo mientras el café que la joven sirve permanece caliente. Solo ese tiempo, ese impreciso tiempo. 

El meollo de la historia de Kawaguchi es que el viaje al pasado no cambia absolutamente nada. Pase lo que pase en el pasado no cambia los hechos, no cambia la historia en absolutamente nada… a no ser que cambie la conciencia de quien se atreve a hacer el viaje en solitario al pasado y pueda tener al fin la paz por entender o por decir lo que quedó en la garganta y no se pudo decir.

En el texto, son cuatro personas que aguardan a que la señora se levante, y deciden emprender ese viaje que no cambiará en nada la historia, pero tienen ese granito de esperanza que el tiempo impreciso que dura el café en una taza y se enfría sirva para entender qué pasó en el pasado.

Antes de que se enfríe el café es una historia que no busca quedarse con un viaje al pasado, a manera de otras historias. Más bien, es una narración que busca traer paz y esperanza para quienes el presente les dice mucho de su pasado. Un libro de fácil lectura, en la que la historia es mejor que su narrativa, pero que a mí me ha traído un poco de esperanza para comprender que puedo darle oportunidad a la literatura japonesa. Y antes de que concluya, puedan servir estas palabras, para prepararse un café con espuma.

Buen día, buen café para mis lectores.

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