Lo Perdono, Padre, de Daniel Pittet

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

Decía mi madre que yo rehusaba prestar mis juguetes. Recuerdo con cariño un camión, un Kid Acero y un indio Jerónimo que movía las manos. Y sí: no los prestaba. Cuando preveía que alguien iría, los escondía por arriba de la alacena, donde nadie los viera.

Esta insolidaridad infantil se convirtió en insolidaridad adultez. No presto mis pertenencias. Quizá porque estoy llegando con celeridad a la ancianidad, comienzo a cambiar. Comienzo.

De un tiempo para acá, atino a prestar mis libros. Pocos, pero hay testigos ciertos de mi cambio de paradigma. 

Recuerdo que visitaba la Librería San Ignacio, de Buena Prensa de los jesuitas, y me llamó la atención un libro de entre los estantes pegados a la pared. “Lo perdono, padre”, escrito por Daniel Pittet, suizo para una pequeña precisión. De esas veces que oyes tu voz interior que te dice que lo compres, y tú la escuchas atentamente y haces caso sin chistear porque es tu voz interior. Además tiene la ventaja que el Papa Francisco le escribió el prólogo, por cierto muy atinado.

Rápido lo leí y me maravillé. Me recordó la escena de la película La Misión, cuando van subiendo las cataratas y el expersecutor de los indios va subiendo con su atado de pecados pasados…

“Lo perdono, padre” lo he recomendado en no pocas ocasiones. Una de las personas que me escuchó me lo pidió prestado. Estaba en el cambio de mi actitud. Batallé para dar una respuesta positiva, pero al final la di. 

El libro no ha vuelto. Espero que siga dando vuelta, porque es un texto que hace mucho bien. Conmovedor hasta las lágrimas. Furioso hasta la rabia. Triste hasta la conmoción. Profundo hasta el alma. Esperanzador hasta el auténtico perdón.

Daniel Pittet tiene ahora más de 60 años. Entre los 9 y 12 años fue violado en constantes ocasiones por su párroco, un sacerdote católico. El libro se detiene en narrar ese infierno que sufrió. Desgarrador. No hay manera de escapar de la narración sencilla y sin aspavientos, sin esconder nada.

Da cuenta de cómo siguió su vida. Nada fácil. Perdió su vida. No encontraba su rumbo, su guía, su camino. Inseguridades, depresiones, subidas y bajadas. Pero siguió. Y este se convierte en la ruta del texto. Hay que seguir.

Ayudado por su familia y de alguna manera también por la Iglesia, fue encontrando un camino más certero.

“Lo perdono, padre” es la ruta hacia el perdón, el auténtico perdón. No es un libro que se queda en la narración de los hechos del infierno, ni siquiera es un libro de denuncia de los graves pecados que se cometieron. Es un libro que describe la ruta del perdón.

El perdón no es un camino fácil. No es olvido. Es un proceso. Es aceptación. Es andar, es decir un verbo que se alarga. En Daniel, esa ruta le costó años…

Cuando, ya en la adultez, el autor cree que va en la ruta correcta decide dar un paso inesperado. Increíble. Inusitado. Pide encontrarse con su verdugo (ya alejado del ministerio sacerdotal), no para reclamarle ni para darle cuenta del daño tan grande y tan grave que le hizo. Pide encontrarse para decirle que en ese sendero recorrido se hace necesario decirle que lo ha perdonado.

La descripción de ese encuentro es central para entender el porqué Daniel se decidió a escribir el texto. Insisto en que el perdón no es un punto al que se llega, sino un camino que se recorre a diario, pero entender ese encuentro entre Daniel y se verdugo es clave para entender que el auténtico perdón alivia la carga, aleja disputas internas y trae paz y esperanza a una vida atribulada.

Mi librero tiene un hueco, pero espero que el corazón de quienes hayan encontrado la paz en el perdón no tengan ningún hueco. Espero que quienes tengan la fortuna de leer Lo perdono, padre encuentran la ruta que los lleve a la esperanza.

Así como no prestaba mis juguetes y apenas atino a prestar unos cuantos libros, espero que comience a cambiar mi paradigma para pedir perdón. 

No importa si el libro no vuelve. Ese libro. Dará paz si se sigue leyendo.

Buen año. Hay vida.

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