Fernando A. Herrera Martínez / Exprés
Mi madrina Marina Dena lloró conmigo en la cárcel. Me prometió tratar de hablar con Mario, pero ella misma decía:
“Está imposible, no entiende razones; está en la soberbia del poder. Tiene a Corral en un altar, bueno, ni a su familia recibe”.
Mi mamá María Guadalupe Barrera Torres, hija de Pilar Barrera y Martha Torres Lozano, fue mi respaldo, pero desde el primer día supe que de Mario, el soberbio mecenas de Delicias, no recibiría ninguna ayuda, ni siquiera el preguntarle a su adorado Corral, qué había en mi contra. No, ¿cómo? imposible molestarlo.
Me quedé a esperar la justicia de Dios.
Les mando fotos de la cercanía de mis padres y de todos con la familia Dena Torres.
Conozco a todas las primas de mi mamá; de pequeñas convivíamos siempre en las fiestas familiares. Las hermanas Torres Lozano eran muy unidas, inclusive convivimos con los bisabuelos Brígido Torres y Estéfana Lozano; con mi abuela Martha Torres que era la más chica de las hermanas; la tía Cecy, la tía Chita, el tío Tacho, la tía Magda. A todos los tratamos.
Yo era muy pequeña pero los recuerdo, por eso pensamos que nuestro primo Mario Dena iba a intervenir para solicitar que se actuara con justicia, nada más. Pero le valió madre, y mire, a nadie se le desea un mal, pero todo se paga y algún día hay consecuencias. Yo perdí todo, pero él también. Lo alcanzó el karma.
Sin embargo, en nuestra familia no sabemos de rencor y deseamos que Dios lo cuide y lo proteja.
Sigo pidiendo justicia a Maru y que me devuelvan mi patrimonio, fruto de mi trabajo incansable por 28 años en Gobierno del Estado.
Y mi lugar de trabajo fue por mi preparación académica y mis conocimientos. A mí nadie me regaló nada, ni Mario Dena, ni nadie, pero nunca creímos que se negaría sólo a hablar por su prima. A pedir con respeto a quien admiraba tanto, que se aplicara la justicia; a solicitar que se actuara conforme a derecho, sin hacerme el favor, pero en justicia, no obligarme con amenazas de matar a mis hijos, a declararme culpable y quitarme todo el patrimonio de mi trabajo.
Un año en la cárcel. La tortura a diario. Me enseñaban fotos de mis hijos donde andaban jugando, o cuando iban caminando por la calle, para decirme: Firma, o los matamos.
Firmé, me declaré culpable para salvar a mis hijos y me quitaron todo, menos mi dignidad.
Mario Dena, si está consciente, lo sabe.
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