El Infinito en un Junco, de Irene Vallejo

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

Tengo dos dispositivos electrónicos para la lectura. Uno está guardado entre libros y catálogos en la oficina que tengo en casa. El otro está debidamente resguardado debajo de una pila de cosas innecesarias que se ponen allí en el buró junto a la cama, donde la vista no llega en forma cotidiana.

Guardan ambos el sueño de los justos. No gritan. No molestan.

En cambio, hay importantes lugares en casa para los libros impresos. Tengo libreros en la sala, en el lugar de la televisión, en la cocina, en la recámara, en la oficina… Y creo saber dónde está la mayoría de ellos.  

Los tengo clasificados por temas, luego por autores y luego por editoriales. Guardo de muchos de ellos las historias que tienen hasta que llegaron a mi librero. No todos son míos. Les guardo un sobrado respeto: son míos hasta que los leo. Mientras tanto, ocupan un espacio en mi librero.

Si yo tengo mis propias manías con los libros, ya me imagino las manías que deben guardar los auténticos románticos de los libros… Pensaba en ello una y otra vez hasta que me encontré con un precioso libro. Precioso es poco, la mera verdad. 

Lo vi una tarde ya tarde, pero la prisa me impidió darle su tiempo. Lo volví a encontrar una semana después, pero me había salido ya de presupuesto ese mes. A los pocos días viajé a Ciudad Juárez, y consultando mis puntos lo compré sin gastar un quinto. Fue la mejor compra que he hecho sin comprarlo.

El infinito en un junto, de Irene Vallejo, es un ensayo sobre la invención de los libros en el mundo antiguo, según reza su propia portada. Es mucho más que eso. Es la historia con sus historias contadas magistralmente por una apasionada de los libros, que muestra y demuestra lo que el hombre ha hecho con los libros para ser humano.

La historia parte del mismo nombre del libro. El junco es el material primigenio de donde se obtiene el papiro, el antecedente del papel. En el libro cabe el infinito de la mente humana y el infinito de la mente humana puede expresarse a través del finito de un junco.

Punto central del texto es la Biblioteca de Alejandría. Aquel lugar donde se guardaba celosamente el saber del mundo. Irene Vallejo se detiene una y otra vez, vuelve, se retira y vuelve a la Biblioteca de Alejandría, y nos cuenta cómo es que ocurrió su construcción y su desaparición.

Nos lleva de la mano a Grecia y nos cuenta cómo estos amantes de la democracia eran también amantes de los libros. Nos lleva a Roma, donde con el pensamiento imperial no eran muy amantes de la lectura, pero aún así pudo colarse el arte del buen leer.

Irene Vallejo nos cuenta cómo es que el libro se fue convirtiendo en parte primordial de la cultura. Y cómo se fue pasando del arte de escribir en un papiro al arte impreso y al arte digital. Si en el mundo antiguo había que acudir a la Biblioteca de Alejandría para conocer casi todos los libros escritos a la sazón, en la actualidad es imposible: cada medio minuto se publica un libro, según nos informa Irene Vallejo.

El infinito en un junco es una belleza por su concepción, su narración, su manera de contarnos la historia, su ritmo y por mantenernos atentos a cada renglón. 

Para quienes amamos los libros impresos, este libro nos hace que los amemos aún más. Es un texto que sugiero lean los estudiantes de secundaria, para que desde temprana edad se vayan enamorando de sus historias, y a través de ellas pudieran enamorarse de ese buen vicio.

Irene Vallejo lo dice muy bien en esa nota final para la tribu del junco. “Leer es escuchar música hecha palabra. Es cercanía y extrañeza. Es a veces hablar con los muertos para sentirnos más vivos. Es viaje inmóvil. Es una maravilla cotidiana”.

Yo, mientras tanto me sumerjo en la lectura de las hojas derivadas del junco y olvido por lo pronto esos aparatos electrónicos que desempeñan una buena función, pero que conmigo no han logrado atrapar mi atención.

Nos leemos en la próxima. Feliz Año. Hay vida.

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