FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Era mi tercera visita a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y había recorrido todos los pasillos extensos, una y otra vez, de ida y de vuelta. Era mi segundo día en la Feria; el primero lo había hecho en una buena parte con mi hija Alicia. Se hacía tarde. Los pies pedían un descanso. Juré que era mi última visita a un stand, y había jurado por cuarta vez que ya no compraría más libros, las cuales había incumplido.
Heme allí que me vi envuelto en un diálogo sincero y abierto con el dependiente, quien también mostraba un severo cansancio. Comenzamos a hablar de varios autores latinos y seguimos con alguno que otro europeo. Sabía de libros y autores.
De pronto fue a un librero y extrajo un libro de portada obscura, con un candil encendido. “Es un libro que le encantará”, me dijo. Puso el libro en mis manos mientras me daba su reseña. El autor no me decía nada y por supuesto que no podía ubicar. “Yasmina Khadra es excepcional, aunque debo decirle que este libro se aparta un poco de los demás, pero estoy seguro que le gustará”…
Rompí por cuarta vez mi propia promesa de ya no comprar libros en esa Feria.
Regresé a Chihuahua con ocho kilos de libros. Luego, vino lo peor: hacer la lista cronológica de los libros próximos a leer.
No totalmente convencido, puse Dios no vive en La Habana, de Yasmina Khadra, en el primer renglón, y luego lo cambié al segundo. Terminé leyéndolo en el tercer lugar.
No me arrepiento de haber descubierto este escritor argelino. Su nombre es un alías de un ex militar, que tuvo siempre la pasión por escribir. Es hombre, aunque su nombre evoca a un jazmín verde lleno de belleza y delicadeza, que podría pensarse fuera mujer.
El libro atrapa la atención de inmediato. No es solo la historia, sino también la forma tan expresiva que a la vez que es bella invita a la interiorización. Es un texto que va disfrutándose lentamente y que mantiene siempre la curiosidad para leer el final.
Dios no vive en La Habana narra la parte final de la vida de Don Fuego, un cantante del Buena Vista Café, donde se reúne el pueblo cubano a hacer la fiesta. Ya saben: buen ritmo, buena plática, mucho baile y mucha alegría. El lugar tiene que cerrar y Don Fuego se queda de pronto en la nada. Y de golpe se enfrenta a la realidad.
No es una denuncia social al régimen cubano, aunque refleja de alguna manera la cadena de dificultades que se vive a diario en la isla. Ese golpe de realidad no es fácil para Don Fuego, porque se tiene que poner frente a frente a la angustia social y a su propia angustia.
Buena parte de su realidad se transforma cuando se encuentra con Mayensi, una joven llena de magia y enigmas, y que le devuelve a Don Fuego la creencia en el amor, que le inyecta energía para enfrentar la cotidianidad.
Dios no vive en La Habana contiene un tema no habitual en Yasmia Khadra. El escritor argelino está más habituado a los temas violentos y escabrosos. Le he leído Khalik, que narra los sucesos de la vida de un terrorista suicida, y La última noche del Rais, que describe desde la novela las últimas horas del dictador libio Muamar Gadafi. Tengo en la interminable lista de los libros próximo a leer otros dos.
En el libro en cuestión no hay violencia explícita. Hay angustia con tranquilidad, alegría guapachosa con tristeza profunda, deseos con desalientos, pasión con desánimo… hay mucho amor y su contraparte de desamor. Nos quiere dar a conocer que todos podemos tener un encuentro con Mayensi, que da otro sentido a la vida, que rejuvenece y que inyecta vida y ánimo a nuestra existencia. Quizá Dios no viva en La Habana, pero sí que vive en el corazón, donde radica la esperanza de la vida.
El dependiente del último stand visitado aquel año tuve buena premonición. Dios no vive en La Habana me gustó. Su tercer lugar en mis lista valió la pena. Khadra vale la pena.
Nos leemos la próxima. Hay vida.