FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Debió ser la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2015. La memoria no es la misma después de un garrotazo que recibí en la mollera en mis años mozos, aunque prefiero no desviarme con esto de la historia que quiero contarles.
Decía que debió ser 2015. O quizá 2016, pero seguro que 2017 ya no. Era sábado, y antes de reunirme con Alicia, mi hija que puede disponer como ella quiera de los libros de mis libreros, recorría un pasillo desolado, donde se ubican los stands de las universidades públicas. Allí me había reunido con José Ramírez Salcedo en el espacio de la Universidad Autónoma de Chihuahua, y era la tercera vez que transitaba yo por allí. Y justo allí, me topé con Javier Corral Jurado. Lo saludé y me devolvió el saludo muy amable.
Luego nos vimos en un stand más concurrido y hubo ocasión de platicar tranquilamente. Me recomendó leer a Leonardo Padura. “Te va a encantar”, me dijo. Pero traía yo en mente otros autores.
Cuando dejó de ser gobernador, lo vi en su librería Sandor Márai, cuando aún oficialmente no la había abierto. Estaba casi vacío el edificio que siempre fue su oficina y ahora estaba atiborrado de libros. Le recordé el encuentro en la FIL y le dije que me vendiera el libro más emblemático del escritor cubano Padura.
Tres cuartos de hora más tarde salí con una media docena de libros y con El hombre que amaba a los perros.
Es un texto de ficción con mucho de no ficción. Casi un libro histórico. Mucho mejor que una novela histórica. Narra en voz de un aspirante de veterinario la vida de un hombre secreto que le cuenta todo sobre Ramón Mercader, el hombre que mató a Trotski. En realidad, el libro es sobre Trotski… bueno, también sobre Mercader, aunque también cuenta magistralmente la vida del aspirante a veterinario.
El título se le debe a que el hombre secreto, que tiene encuentros también secretos en las playas cubanas con el aspirante a veterinario, es un amante de los perros tal como Trotski.
Cuenta mucho sobre la vida y peripecias de la instrucción militar que recibe Mercader, cómo es aleccionado para que su vida familiar desaparezca y como es “programado” para obedecer órdenes sin chistar. A la par, va contando la vida de Trotski, su vida en la revolución de 1917, su desilusión con el régimen soviético y su exilio.
Con una pluma exquisita, conocedora de la novela negra que aparece aquí en muchos apartados, y expuestas las letras con maestría, Padura va desarrollando la historia de estos tres personajes -Trotski, Mercader y el aspirante a veterinario- y va envolviéndonos gratamente, hasta imaginarse un Trotski gritando a sus perros mientras emerge su crítica al régimen soviético, un Mercarder que aspira desesperante a ser parte de la historia, y un aspirante a veterinario que desea ser veterinario y tener una vida en paz aunque no necesariamente en la Cuba castrista.
El exilio, que trae a Trotski a México, es expuesto en su manera más íntima. Narra Padura los encuentros con Diego Rivera y con Frida en la Casa Azul de Coyoacán. Y cómo los sentimientos van ganando a los pensamientos y se desata una furia amorosa en el interior del exiliado, que lo lleva a cometer “pecados de amor”… y se asoman en mi rostro unas sonrisas macabras con estas palabras livianas.
También con maestría, Padura narra el interior de la cabeza de Mercader de los últimos días antes del homicidio. Cómo se prepara a ser una parte importante de la historia con sus hechos violentos.
Total, El hombre que amaba a los perros es un libro extraordinario, que me introduce a conocer a Padura con otros textos. Me espera Herejes.
He de decir que Javier Corral me hizo una buena recomendación. En otra ocasión debo contar la historia de otra de sus recomendaciones, pero será en otra columna. Debo concluir con una insensatez, bueno dos. Una. Le dije al exgobernador que una buena librería, que se precie de serlo, debiera tener libros de Susanna Tamaro, y me enseñó dos de la escritora italiana, mi favorita. Dos. Le recomendé leer a Adela Cortina, a quien Corral no conocía… espero la haya conocido.
Es Cuaresma, habrá que dejar de comer prójimo. Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!