FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Corría el año 2008. Ya he dicho en estas mismas líneas que mi memoria de hoy no es la misma de antaño, y por ello dudo de mis propias fechas y a veces dudo de mis dudas. Pero no pienso desviarme. Casi estoy seguro que era 2008.
Trabajaba yo entonces en el Municipio, en mi primera incursión en las lides públicas. Mi entrañable jefa, Paty Ulate, me pidió un favor especial. Algún funcionario se había convertido en abuelo y me pedía comprarle un libro por ese gran acontecimiento. Paty sabía de mi afición por los libros y por ello la petición.
Acababa de salir a la venta el libro De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos, del extraordinario Armando Fuentes Aguirre Catón. Aunque se dificultó encontrarlo en nuestra bendita Chihuahua, tan amante de plazas comerciales pero tan ajena a abrir librerías, sí lo pude comprar. El funcionario quedó muy feliz.
Quince años después, me hallo en la misma situación que el funcionario. Hace 10 meses mi hijo Fer y su esposa la Fer me hicieron abuelo de un hermoso, inquieto, adorable y sonriente nieto. Ethan Fernando, para presentárselos. La abuela Dora está feliz, y lo que le sigue…
Como coincidencia, en alguna visita al nuevo local, aun no mítico, de la Librería Infinito se me apareció De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos. Cayó en mis manos y ayer justo lo terminé.
Catón es magnífico. Reconocido autor de libros de todos tipos: historia, chistes, poesía, mini cuentos, reflexiones… Pero lo que dice allí, que lo dice muy bien, no se compara con tener a Ethan entre los brazos, con perseguirle en el piso mientas sigue la pelota, subir a su manera los escalones para treparse a la mesa de centro, con verle la sonrisa.
El libro es excelente para reflexionar sobre la vida, los años, los hijos, los nietos. Te hace sonreír y a veces reflexionar sobre tu propia existencia. Te lleva a los años idos de un Saltillo ya ido, por el que Armando Fuentes Aguirre nos quiere recordar los grandes principios para tener una vida feliz: goza cada momento, goza cada paso, goza cada palabra balbucida por tu nieto, goza cada paso que den, goza siempre cada instante de la vida.
Cada párrafo que leía me venía a la mente el Ethan que recordaba cuando lo veía comer, mover sus manos aprobando cada bocado y para pedir agua, el Ethan que deseaba bajarse de los brazos para recorrer su propio camino.
Catón es magnífico. Es capaz de decir: “Criaturita que llegas con tus mañanas a mi tarde: eres para tu abuelo promesa de esperanza y don de fe. Cuando conmigo estés sentiré que Dios está conmigo. Muy cerca de Él estamos los dos. Tú, porque acabas de salir de sus manos. Yo, porque me acerco ya a sus brazos. En los míos te dormiste ayer. En los suyos mañana yo me dormiré”.
Por supuesto que no soy ni un asomo de ese gran talento de Catón, y solo atino a decir que Ethan ha sido en sus pocos meses fuente de mi esperanza y luz para la soledad de la vejez que llega.
Catón es magnífico. Relata en el texto que cuando Adán le dijo a Dios que había creado la obra más perfecta al hacer la madre, porque “creaste lo más hermoso, lo más dulce, lo más suave, lo más tierno, lo más amoroso que en el mundo puede hacer… respondió satisfecho el Señor: Y eso no es nada. Espérate a que haga a las abuelitas”.
No sé. Me habían dicho que ser abuelo es otra cosa más grandiosa. Ahora que lo experimento puedo decir que estaban equivocados. Ser abuelo no es grandioso. Es lo que le sigue. Es el paraíso.
Había dejado para lo último una media docena de frases que subrayé en el libro y elegir la que me dijera la conciencia. Estoy cerrando y no adivino cuál sería la frase apropiada.
Pienso en Ethan. En su sonrisa pícara. En sus manos aleteando. En su gateo interminable. En cómo engulle la galleta María. En cómo se atrevió a comer las lentejas cocinadas por mí. En su sueño sereno. En su último suéter que le quedaba de maravilla. En su vida…
Me quedo con esta, que no gustará mucho al Fer y a la Fer. Los abuelos no obedecemos más órdenes que las de nuestros nietos.
Nos leemos la próxima. Hay eclipse. Pero no eclipse de amar. ¡Hay vida!