FERNANDO MENDOZA J / Exprés
En la casa paterna siempre había algo qué leer. Siempre. Soy el más pequeño de los hermanos Mendoza, una familia compuesta por cinco varones, papá Chente y Mamá Minga. Lichita, la hermana que falleció sin conocerla, se cuenta aparte. Beneficiario final de la ropa que pasaba de generación en generación, pero también de los libros e historietas que quedaban en la casa luego que los hermanos la abandonaban para crear una nueva.
Así, en mi primera adolescencia crecí ente revistas, libros e historietas. Conocí muy pronto a Fantomas, Chanoc, la inolvidable Mafalda, Juan Rulfo, Morris West… Me introduje en la lectura de Impacto en los años 70 y la naciente Proceso.
También conocí la historieta El cuarto Reich, de Palomo. Me llamaban la atención las casas llenas de pobreza que se mostraban allí. La pobreza era algo que compartía en el diario vivir. Y quizá por lo mismo me sorprendía que una historieta hablara de lo que vivíamos cotidianamente.
Una imagen de esas historietas se me quedó grabada en mi segunda adolescencia: una casa muy pobre, hecha de láminas de cartón, con unos habitantes paupérrimos. De la choza maltrecha sobresalía una antena parabólica…
¿Es que acaso los pobres deseaban una parabólica antes de tener la leve certeza de contar con qué comer al siguiente día?
La pregunta rebotaba a menudo en mi menuda conciencia.
La reflexión viene a cuento porque en días atrás un buen amigo, cuyo nombre no quiere que salga en estas líneas, me preguntaba sobre mis lecturas. ¿Sólo lees novelas? Me interrogó. No, además de novelas, leo un montón de cosas. Pero solo hablas de las historias de tus novelas…
Y debo confesar que Repensar la pobreza, escrita por los Premios Nobel Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo me ha hecho repensar seriamente en la pobreza. Ignoro cómo llegó a mi librero. Seguro que fue resultado de una compra compulsiva. Pero allí estaba con una duda que me hacía recordar El cuarto Reich: “¿Por qué compra una televisión quien no tiene suficiente para comer?”.
Para poder dar respuestas a esta pregunta y a muchas otras de problemática similar es necesario hacer un estudio muy extenso para poder conocer el pensar y el actuar de los pobres. Entonces, al conocer los resultados del estudio, repensar la pobreza para tratar de combatirla.
Eso es los que hacen los Nobel. El libro contiene un estudio muy amplio en los cinco continentes. Los resultados pueden sorprender a no pocos. No pienso poner aquí todos los resultados, evitando así que puedan ir a conocer todo lo que estudian y recomiendan los autores, pero sí algunas ideas que nos dejen ese gusanito para tener con qué repensar la pobreza.
Reconocen que “la mayoría de los programas dirigidos a los pobres del mundo son financiados con recursos de su propio país”, pero hay quien piensa que “la ayuda hace más mal que bien”. Por ello, “la mejor opción para los países pobres es apoyarse en la idea básica de que cuando los mercados son libres y los incentivos adecuados, la gente puede encontrar la solución a sus problemas sin necesidad de limosnas del extranjero ni de sus propios gobiernos”.
Afirman que “el fracaso de las políticas y las causas de que la ayuda no tenga el efecto que debería tener radican a menudo en las llamada tres íes, es decir, ideología, ignorancia e inercia”.
No lo dicen los Noble. Lo dicen los Nobel.
Respecto a la comida. “La mayoría de las personas que viven con menos de 99 centavos (de dólar) al día no parecen comportarse como si tuvieran hambre… los pobres tienen muchas alternativas y deciden no gastar en comida todo lo que pueden”. Quizá por eso la parabólica en una casa maltrecha de El cuarto Reich, ya que “en términos generales, las cosas que hacen la vida menos aburrida son una prioridad para los pobres”.
Una última. “No debe sorprender que los pobres elijan sus alimentos preferentemente por su sabor y no por su precio o por su valor nutritivo”.
Mucho qué aprender para repensar la pobreza. A ello invita la lectura de Repensar la pobreza.
Por cierto, la última vez que estuve en la casa paterna, pude ver algunos de los libros que acompañaron mi pubertad. Nostalgia pura. Pero no hallé aquel libro que por varias razones no pude leer y siempre quise hacerlo. Cómo se falsifica la ciencia, de un tal Ford que no es Henry. Si alguno de los Mendoza se acuerda, me avisa.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!