FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Mi hijo Fer fue nadador por muchos años. Destacó a nivel nacional y por varios años fue el mejor varón nadador del estado. Le permitió viajar por muchas partes, y cuando se daban las circunstancias lo acompañé a varios eventos. En uno de esos viajes, por el 2010 tomamos un vuelo a Toluca, donde nos recibió un autobús que nos llevó hasta Veracruz.
Al mismísimo chofer se le ocurrió atravesar por la Ciudad de México muy cerca del centro histórico. Era sábado. Paramos en un Sanborns a comer. Afuera tomé un periódico que no conocía: La Razón. Y me encontré con un excelente artículo escrito por Jorge Traslosheros. Al final dio cuenta de su correo electrónico y quise agradecerle su excelente texto. Al día siguiente recibí su respuesta.
A la semana siguiente yo mismo busqué La Razón, de vuelta de Veracruz. Otro texto impecable, otro correo y otra respuesta. Ocurrió lo mismo unas cuatro o cinco veces, antes de que correos y respuestas se hicieron más periódicos.
Total, Jorge Trasloheros se volvió un amigo virtual con el que platicaba de muchos aspectos. Con él me revestí del Hermano Pródigo, quien escribió durante dos años y medio en un medio digital hablando de temas sociales y religiosos.
Fue Jorge quien me orilló a leer a Jorge. Se lo agradezco. Era él director de Vida Nueva México y yo escribía para la revista, además del Hermano Pródigo. “Cuando te leo, recuerdo a Ibargüengoitia”, me la soltó Jorge. “Debes leerlo para empaparte de él”, me recomendó.
Así, que visité la Librería Infinito, en el mítico local de la calle Ocampo, y les dije a Lili y a Willy que necesitaba cualquier libro de Jorge, de Ibargüengoitia, y no de Traslosheros que también tiene sus libros. Así llegó a mis manos Los pasos de López, que lo leí mientras descansaba en un cómodo camastro de un hotel de Cancún.
Su escritura, llena de humor fino y a veces no tan fino, de fácil lectura pero que lleva a recrear las escenas de una manera muy sutil y hasta surrealista, impulsa la ironía y desmitifica sin andaduras la historia de nuestro México.
Los pasos de López desmitifica la independencia de México. Con los personajes, tan similares a los reales, los va amoldando a escenas increíbles pero a la vez tan hipotéticamente ciertos, que va uno cayendo en cuenta que la historia es tan surreal como la literatura, y más la literatura a la Ibargüengoitia.
Porque Jorge, el escritor y no mi gran amigo, tiene su propia forma de expresar su propia recreación de la historia que se va reconociendo su obra en los diferentes títulos que publicó.
Los pasos de López acribilla a través de la ficción la historia ficcionada que el sistema educativo nos heredó. Chambonea con los personajes del cura Periñón y el teniente Matías Chandón. Con las peripecias del cura y del teniente nos arrincona sutilmente en la reflexión crítica de nuestra independencia nacional y sus personajes históricos tan variopintos.
La escritura de Ibargüengoitia es excepcional. Es un autor con luz propia, fácilmente reconocido en sus textos, tan llenos de ironía, humor y calidad estilística, y que a la vez tiene una profunda y perspicaz crítica social. Todo esto se incluye en Los pasos de López, lo que lo hace ser un texto imprescindible de Jorge el escritor y no mi amigo.
En la historia de Los pasos de López hay un punto de quiebre. El cura debe renunciar de sus creencias para seguir con su lucha iniciada. Decide renunciar pero abandona su nombre para llamarse desde entonces López. Ya no es el cura, ahora es simplemente López.
Pero esta renuncia nunca se dio en la vida real de Jorge, el escritor. Nunca abandonó sus creencias. Quizá por lo mismo tiene garantizado un gran lugar de entre los escritores mexicanos.
Gracias a Jorge conocí a Jorge. Le estoy muy agradecido, porque hasta que me orilló no lo había leído. Los maestros de secundaria o de prepa debieran invitar a sus alumnos a leer a Ibargüengoitia, y se adentrarían a una literatura formidable. Estoy seguro que Los relámpagos de agosto, Las muertas y La ley de Herodes las podrán disfrutar tanto o más como yo.
No hace mucho tiempo, por estas líneas, el P. Serafín González me dijo lo mismo que Jorge, mi amigo no el escritor: “Me recuerdas a Ibargüengoitia cuando te leo”. Se lo agradecí. Cierto que leo y releo a los dos Jorges, pero estoy lejos de ambos. Ante el esplendor del escritor soy solo un simple acomodador de palabra. Ante la sabiduría de mi amigo, soy solo un acompañante.
A ambos Jorge les agradezco por su invaluable compañía.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!