El mundo entonces, de Martín Caparrós

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

“Si quieres mejorar en tus crónicas, tienes que leer y releer a Caparrós”. Fue la sentencia de un amigo periodista a mediados de los 90 cuando yo estaba obsesionado con el periodismo y quería escribir crónicas en los medios impresos, que comenzaban a olvidarse de este magnánimo género.

Había comenzado a publicar a finales del 84. Aprendí como aprendieron los periodistas de estos lares del siglo pasado: en la calle y a base de escribir y escribir. Ni ellos ni yo asistimos a aulas cuando comenzamos a hacer periodismo. Aprendí muchísimo de ellos. Luego, se fueron a un semanario independiente, y yo me quedé a ejercer mi profesión de contador.

En 1989 volví. Y me obsesioné. Quería innovar y escribía a raudales y por todos lados. Me dio por escribir crónica, un género periodístico muy cercano a la literatura.

Fue cuando más escuché a mis amigos periodistas, que por entonces comenzaron a dirigir los principales diarios del estado. “Ama tu oficio”, me dijo Ángel. “Dale sangre, más sangre, mucha sangre a tus inicios”, me dijo Juve. “No te olvides de la profundidad”, me recordaba Juan Manuel. “Dale ritmo y estructura”, me alentaba el grandísimo Padre Díaz. “No reveles todo al principio”, me aconsejaba Raúl.

Fue en ese tiempo que alguien -no sé quién- me aseveró una tarde lluviosa y llena de relámpagos: “Si quieres mejorar en tus crónicas, tienes que leer y releer a Caparrós”.

Y llegué a Caparrós.

Caparrós es un astro de la crónica. Me atrevo a decir que es el gran exponente de la crónica en el periodismo latino de la actualidad. Pasé tardes enteras leyéndolo. También noches intermitentes y fugaces madrugadas.

Cuando me di un respiro del periodismo, nunca dejé a Caparrós. Leí con vehemencia las crónica de Martín Caparrós y Juan Villoro sobre el futbol en pleno Mundial. Crónicas puntuales y excelentes, escritas a cuatro manos, a manera de cartas diarias. Un ejercicio periodístico de alto nivel.

Por eso, cuando visité Gandhi en el nuevo centro comercial de Guadalajara, donde estaba Kodak, o para ser más preciso en Zapopan, y me encontré con El mundo entonces, una historia del presente nunca dudé en llevármelo. No me arrepiento.

Caparrós intenta decirnos que es una novela, pero nadie se lo cree. Es un frío análisis del presente. Corren los primeros años de la tercera década del siglo XXII y le encargan a una historiadora contar cómo era el planeta cien años atrás. El libro es, pues, el texto que dejó la historiadora sobre cómo se vive hoy.

Dividido en 25 capítulos con 25 historias personales que refuerzan cada capítulo, El mundo entonces revela las grandes desigualdades que existen. Una y otra vez, presenta estadísticas con su consabido promedio mundial, que es la trampa mortal para tratar de esconder las grandes y graves desigualdades. “El mundo era en realidad dos mundos”, afirma Caparrós. Tiene razón.

No rehúye ningún tema. Están allí desglosados la tecnología, la salud, el consumo, el dinero, la explotación, la guerra, los temas morales, la educación, la política… Aunque no siempre coincido con sus causas ni las consecuencias ni con el propio análisis, me parece que es un libro aleccionador. Da cuenta de una realidad circundante. Caparrós es férreo crítico del hoy, y da escape a su crítica. Es implacable con el capitalismo feroz y con el consumismo extremo que acaba con el planeta y no hace posible la solidaridad. No duda en llamar a la cosas por su nombre. “El dinero siempre ganó guerras, pero esa regla aumentó su poder cuando los seres humanos dejaron de ser necesarios en muchas de las operaciones”.

En ese juego de palabra que Caparrós emplea como buen cronista, se atreve a decir: “Los empresarios empleadores se jactaban de que su contribución a la sociedad era ‘dar trabajo’, cuando en realidad lo tomaban”.

Total, que El mundo entonces es un texto crítico del hoy, que deberíamos leer para saber cómo verán el hoy los historiadores del mañana. Una manera creativa de entender la historia del presente.

Acabo estas líneas, mientras algunos de mis amigos periodistas están ingiriendo algunas bebidas esperando mi impuntual asistencia. Se reúnen los viernes unos cuantos. Hace meses que no asisto por diversas causas. Prometí asistir hoy. Hay mucho de qué platicar, de qué acordarse, de qué reírse. 

Puedo asegurar que quien me recomendó leer a Caparrós no estará. No importa. Importa la amistad, el diálogo, el compartir vidas y empatar corazones. Ya les platicaré en alguna de las futuras historias.

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

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