La catedral del Mar, de Ildefonso Falcones

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

Fue una odisea ponerse de acuerdo. Conciliar cuatro intereses, cuatro ideales, cuatro historias y cuatro pensamientos es realmente una locura. Alguien o algunos tienen que ceder. En el fondo los cuatro estábamos de acuerdo en hacer el Camino de Santiago, de Sarria a Compostela, en la España gallega. El problema era llenar los otros ocho días que teníamos en el viaje a Europa.

París debe incluirse. Roma, ni se diga. Londres es buena opción. Venecia es imprescindible. Asís es escala inolvidable… 

Opiniones iban y volvían. Al final, las anteriores fueron las elegidas y quedaron para futuras ocasiones otras ciudades, igual de interesantes.

Yo me decantaba por Roma y Asís. Visitar la Basílica de San Pedro y pisar la tierra que pisó el pobre de Asís para mí era lo importante. De hecho, lloré cuando divisé la Basílica y volví a llorar a borbotones cuando pude orar frente a los restos de San Francisco, justo debajo de la Basílica de ese pueblo tan pintoresco y tan santo como es Asís.

Me quedé con la espina de estar en Barcelona. Había tres razones. Conocer las calles y los callejones que relata Carlos Ruiz Zafón en su saga de la Biblioteca de los Libros Olvidados. Adentrarme a la solemnidad de la Basílica de la Sagrada Familia y rendirle homenaje al grandísimo Gaudí. Inclinarme ante la belleza de la catedral de Santa María del Mar, llamada con merecida razón la catedral del Mar.

Esta tercera razón comienza en el mítico local de la calle Ocampo de la Librería Infinito. Tenía que ser. Una tarde de otoño, de esas que se pierden en el olvido de un calendario pasado por el aburrimiento que se queda inexorablemente metido en la sinapsis de las neuronas próximas al destierro. Heme allí buscando qué leer.

Ildefonso Falcones me grita desde la bandeja gris de la primera mesa frente al mostrador de la caja. Oigo el grito y hago caso. La catedral del mar está en mis manos.

Falcones no es mi favorito. No lo he leído ni me llama la atención. Me sucede como con Julia Navarro o Posteguillo o Follet. Dejo La catedral, pero algo intuyo que lo vuelvo a tomar. No le temo a las casi 700 páginas, pero sigo dudando. Al final salgo con La catedral del Mar.

No me arrepiento. Una muy buena historia entretejida con el encanto de la Barcelona medieval, el trabajo de las clases populares para construir su catedral, la conspiración, las intrigas, el paso del tiempo, la Iglesia que se reconstruye, la pasión del amor y del encuentro-desencuentro… 

No me gusta del todo la narrativa de Falcones, pero la historia es tan fascinante que una vez metido en la trama, pasó a segundo plano la forma. En realidad, el fondo de La catedral del mar entretiene y te mantiene atento a la lectura. No busques más. No es para que Falcones gane el Nobel (aunque nunca se sabe…), pero sí es una lectura que te atrapa.

La historia discurre contando la vida de Arnaut Estanyol, que crece entre la pobreza, va desarrollándose en el trabajo y su esfuerzo, y gracias a ello y su inteligencia llega a ser poseedor de una buena riqueza. Subyace en la trama, la construcción de la catedral del mar, hecha por los pobres de Barcelona que aportan su trabajo y por los mecenas de la sociedad que hacen sus aportaciones.

En la misma trama se enreda la inquisición, la envidia de los que ven a Arnaut enriquecerse, la pasión del propio Arnaut, el trato con la familia y el encuentro con el amor.

La novela, con sus altibajos narrativos, nos va contando el crecimiento de la catedral a la par que el crecimiento personal de Arnaut. Una y otro se van construyendo con el trabajo de los demás. Van creciendo con las luces y las sombras de cada día y van alcanzado la altura deseada.

El texto tiene un final que se va determinando con las últimos capítulos. No sorprende, pues. Pero la historia ya ha sido contada y la catedral ha ido construyéndose lentamente a través del sudor de cada día, al igual que a vida de Arnaut. Una catedral gótica, signo memorial de la Barcelona medieval.

Netflix hizo la serie, con apego casi milimétrico de la novela de Falcones. Sí la pude ver, pero no me emocionó tanto como la novela. Prefiero el libro, como en tantos otros casos.

Alguna vez tendré la oportunidad de visitar Barcelona y sentirme recorrer los caminos de Arnaut y de Daniel Sempere y Fermín Romero, estos dos últimos los amos y señores de la Barcelona de los 40 de Carlos Ruiz Zafón.

También espero visitar el Trieste italiano, para visitar en su cabaña montesa a mi preferida Susanna Tamaro. Ahhh, los viajes.

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *