Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor

FERNANDO MENDOZA J. / Exprés


Mientras llovía afuera a cántaros, adentro también caía agua sobre cántaros que mi madre había puesto cada metro para evitar que se formaran ríos por la cocina, por la sala y por los recámaras que habían quedado solas, para trasladarse a la cocina haciendo a un lado los cacharros para dar espacio a los colchones que ahora yacían a un lado del caudal formado por las goteras, mientras yo pensaba que nunca había llovido tanto como aquel 1972 con el huracán Fifí que tumbó la barda del patio y dejó en ruinas la casa de doña Celestina, pero ahora pienso que ha habido otras noches que ha caído más agua que entonces, como aquella de septiembre de 1990, que nosotros llamamos simplemente La Tromba, porque el canal que cruza por el centro se desbordó y causaba un ruido que se oía a 500 metros de distancia, y que además arrastró autos, refrigeradores y cuerpos de personas, como el de Remigio, un gran fotógrafo que por salvar a otros fue llevado por la corriente, o como de aquel anónimo cuyo cuerpo fue encontrado a la salida de la ciudad, había tanta agua por las calles que todas las familias salían a ver el espectáculo del flotamiento de los enseres del vecino y luego el gobierno decretó luto municipal, y recordaba yo todo esto porque cuando llegué a la librería también llovía, no tanto como en 1972 o 1990, pero también se sentía la lluvia muy fuerte, que del estacionamiento a la entrada llegué empapado de los hombros y tuve que sacudirme cuando entré al agradable espacio y el dependiente fue tan gentil que me ofreció café negro y que acepté gustoso cuando me acomodaba junto a una señora que también a sorbitos se acababa su café mientras me interrogaba sobre mis gustos literarios, y yo le respondía que nadie como Susanna Tamaro y me dijo que no la conocía pero me recomendó leer a Fernanda Melchor, y que yo la recordaba porque era el único autor mexicano -hombre o mujer- que aparecía en las lista del Niuyortaim de los 100 mejores libros que se habían escrito en el siglo XXI, y luego a la plática se unió un joven y un señor de mi edad que apenas rebasaba los 40 años y entre los cuatro hicimos un pequeño círculo de lectura, que interrumpió el dependiente que me regaló el café para enseñarnos los tres libros que tenía de Fernanda Melchor, y que yo después de pensar algunos minutos me decidí por Temporada de huracanes, recordando las grandes lluvias de 1972 y 1990 y que me llevaron a pensar en los cacharros que movió mi madre para que la cocina no se convirtiera en alberca familiar.

Fernanda Melchor es genial en Temporada de huracanes. Con un estilo que me hace recordar los inicios de García Márquez o de Saramago, o del recién laureado Jon Fosse, su prosa no tiene pausa. Me parece que tiene un mucho de realismo mágico pero con un tono más de barrio, más de lenguaje coloquial, más de historias sin puntos, más de oralidad que de lectura.

El texto narra la historia de un pueblo y sus personajes, a través del hallazgo de un cuerpo a la vera del río. Se descubre el asesinato de la Bruja, un personaje que tiene su historia que comienza con su madre que también se dedicó a la misma actividad y de la probabilidad que le haya heredado un tesoro, que se convierte en mito en el pueblo.

Los ojos se vuelven a un grupo de jovencitos como los probables responsables del asesinato.

De allí comienza la vorágine narrada por Fernanda (qué bonito nombre) Melchor. Sin pausa alguna en su narración, cuenta la historia de la Bruja, de los amigos, del pueblo perdido en el estado de Veracruz, de la vida vivida en medio de la pobreza y del desempleo, del alcoholismo y de la drogadicción, de la sexualidad desinhibida de sus habitantes, de los mitos creados…

Con ese estilo sin pausa, sin puntos y con párrafos interminables en cada capítulo, se van conociendo todos estos temas sin percatarse que hay un hilo en la historia, un hilo en la desgracia, en la pobreza sin esperanza, en un pueblo cuyo gobierno se desconoce pero que no es capaz de dotar a sus pobladores de dignidad…

Melchor retrata magistralmente ese escenario como si fuera una ciudad que acaba de ser arrastrada por una temporada de huracanes, que ha vaciado de nobleza al pueblo.

Este texto de mi tocaya me ha dejado un muy buen sabor de boca. Espero seguir leyéndola, para deleitarme con su prosa, y que me haga pensar en la lluvia, que tanta falta hace a nuestro terruño.

Salud, tocaya.

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

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