FERNANDO MENDOZA J. / Exprés
Era una noche obscura con presagio a fresco olor de plantas húmedas y lluvias de pesadas y gruesas gotas. Me había colado a la reunión sin que nadie notara mi infantil y humilde presencia. Quizá la lluvia temprana había provocado mi invisibilidad.
Unos pocos jóvenes habían llegado. Tomaban refresco barato, lo que les permitía su exiguo salario. Oía claramente sus diálogos. Hablaban de la hermana de uno de los amigos de los jóvenes presentes. Es la de cabello afro, ¿la recuerdas? Cómo sí no. Dicen que ya tiene semanas que no vuelve a casa. Tiene un novio muy raro. Es el bato guerrillero. Sí, dicen que estuvo en Madera, en el asalto al cuartel. No, no estuvo allí, pero si anda en esos rollos. Y ella se fue con él desde hace casi dos meses y no ha vuelto. La mamá está preocupada, aunque sí se ha comunicado. Pero de que es guerrillera ni duda cabe…
La descripción se me quedó bien grabada. Cabello afro, se fue, anda de guerrillera, asalto al cuartel de Madera. A mi tierna edad no sabía con exactitud qué significaba cada una de estas palabras, pero cada vez que posteriormente las oía o las leía volvía a mi mente el cabello afro de la hermana de uno de los amigos de los jóvenes de aquella reunión de lluvia pesada y fresco olor a siempreverde y hojadeelefante que mi madre tenía en múltiples lugares de la casa paterna.
Si mi memoria no me falla, a esta mujer la vi años después. La reconocí por el cabello afro. Había vuelto, era delgada y tenía decenas de pecas en ambas mejillas. No le pregunté si aún era guerrillera ni le solicité que en pocas palabras me contara la historia del asalto del cuartel de Madera de 1965. Simplemente la reconocí por su cabello afro.
Por todo esto, cuando entré aquella mañana decembrina al local de El Sótano en la colonia Chapalita en Guadalajara y vi aquella portada no dudé en traerme el libro, aunque no supiera quién era la autora ni de qué se trataba.
Esa chica buena onda, de Yara Nakahanda Monteiro, tiene en su portada a una chica de cabello afro. Sonríe. Está sentada en una posición muy cómoda, con ropa también cómoda. Y es un libro sensacional.
No tenía ni la menor idea de quién era la autora. Ahora lo sé. Nació en Angola, huyó de allí, se avecindó en Portugal y descubrió los valores de su raza en Brasil. Escribe muy bien. Esta es su primera novela, aunque se nota mucha madurez en sus párrafos cargados de emoción.
Me fue grato leerla. Cuando describe el terror, se siente el terror. Cuando narra la fiesta africana, de verdad me trasladé a un jolgorio en serio, incluido el baile y los colores parafernalios. Cuando se dispone a describir la tristeza, las lágrimas afloran.
El libro narra la historia de Vitória, una niña nacida en Angola, que tuvo que huir con su abuelo hacia Portugal dada la guerra civil que se desarrollaba. Con el transcurso de los años decide volver a Angola para buscar a su madre.
Tiene pocas referencias de ella, a quien no conoció, dado que su parto ocurrió en la clandestinidad, fruto de una violación, cuando se madre se unió a la guerrilla y estuvo de un lugar a otro a salto de mata.
Vitória se reconoce portuguesa, pero al volver a su patria de nacimiento, poco a poco va descubriendo su identidad real. En búsqueda de su madre, se encuentra con un general, quien comparte con ella el gusto por la poesía. El militar le ayudará a seguir en la búsqueda de su madre.
Angola se convierte para Vitória el lugar donde se va encontrando ella misma, el lugar donde se reconoce con toda su dignidad, el lugar dónde hace falta y encaja en su comunidad.
Con ayuda de una antigua amiga de su madre, va hallando su relación con quien la parió, y va encontrando a su vez los rasgos que le dan vida y su identidad. En las últimas páginas, después de episodios difíciles, sabe el destino de su madre y se descubre cuál debe ser su propio destino: solo espera. Se descubre de un pueblo que todavía está a la espera, que espera siempre.
Esa chica buena onda me presenta a una joven de cabello afro, tal cual como aquella hermana del amigo de los jóvenes de aquella reunión en la casa paterna. A ambas las recuerdo mientras leo el reportaje que sobre el asalto del cuartel de Madera se publica en un diario de cuyo nombre no quiero acordarme, y que también me recuerda a Diego Lucero, a quien Abelardo decía que era un hombre muy bragado. Debió serlo.
Nos leemos la próxima. Habrá jolgorio; no africano, pero sí muy caribeño. Y con mayor razón: ¡hay vida!