FERNANDO MENDOZA J. / Exprés
Por una misteriosa causa que no he comprendido nunca, y quizá nunca lo haga, en mi primera adolescencia estaba enterado de primera mano acerca de la guerra civil que se desarrollaba en El Salvador. Tenía unos 14 años cuando me enteré casi de inmediato del asesinato de Mons. Oscar Arnulfo Romero, mientras presidía la celebración en un pequeño templo en San Salvador, y se convirtió desde entonces en mi santo de cabecera… sin ser santo. Luego, del asesinato del periodista chihuahuense Ignacio Rodríguez.
Cuando amainaba todo este terror, comenzó otra guerra en Nicaragua, para derrocar a Anastasio Somoza. Recuerdo que en una mesa de madera larga, todos los lunes me ponía a conversar con el P. Xavier Gutiérrez Cantú, sacerdote jesuita, y me comentaba lo que sucedía en ese país centroamericano.
Esto ocurría en los años 80. Muchos años después, mi amigo regio Rafa Mier hizo el favor de contactarme con la gran Ligia Urroz, nacida en Nicaragua, exiliada con su familia y ahora nacionalizada mexicana. Ligia narra en un libro la experiencia familiar con los Somoza, primero cercana y luego cómo es que tuvo que salir huyendo de Nicaragua debido a la guerra civil.
Menciono todo lo anterior porque hoy Nicaragua es noticia por la dictadura que se ha institucionalizado en esta nación. Las últimas reformas constitucionales en ese país impiden que se viva en democracia, y han subido al trono imperial a la pareja presidencial.
Las nuevas normas impiden la prensa libre y la libertad de expresión. Si en algún medio se critica a la pareja imperial, Ortega y su esposa pueden sin mediar ningún juicio quitar la nacionalidad al crítico y exiliarlo. De hecho así lo han hecho con decenas de sacerdotes y Obispos, políticos de oposición y escritores.
Cuando conocí a Ligia en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara le pedí me recomendara escritores nicaragüenses vivos. Sin dudarlo, me dio dos nombres: Gioconda Belli y Sergio Ramírez. Ambos han perdido la nacionalidad gracias a la pareja imperial que malgobierna Nicaragua. Al segundo no lo he leído; a la primera, gracias a Ligia la conocí con El Infinito en la Palma de la Mano, que compré en la misma FIL. Fue uno de los 15 kilos que cargué de regreso.
Es un texto con mucha creatividad, en la que Gioconda describe un posible escenario del paraíso habitado por Adán y Eva. La dedicatoria tiene un texto quizá premonitorio de la misma novela: “Este libro está dedicado a las víctimas anónimas de la guerra de Irak. En algún lugar de esas tierras, entre el Tigris y el Eufrates, hubo alguna vez un Paraíso”.
Ese paraíso es el descrito por Gioconda en El infinito en la palma de la mano junto con las reflexiones que hace desarrollar en la mente y los diálogos entre Adán y Eva.
Explora con un lenguaje sencillo la comprensión entre ambos, la relación que guardan con el paraíso y con el llamado El Otro, y como van madurando en la medida en que se van tratando.
Belli hace reflexionar a Adán: No necesitaba nada y nada parecía necesitarlo. Se sintió solo.
Luego se va dando una misteriosa necesidad del uno para el otro, para unirse, ayudarse, pensarse y conocerse. Aunque en algún momento de esa maduración en el tiempo, Gioconda reconoce que “el conocimiento no es la solución de todo”.
Luego vienen los hijos. Cambia todo el escenario. Cambia el paraíso. Cambia la vida.
Adán y Eva se extienden, pero siguen reflexionando, acompañados de la pluma de Gioconda Belli.
En el texto abundan los diálogos, como una condición para pensar y pensarse. Se van reconociendo en sus muchos diálogos como van madurando las ideas de los personajes. Y quizá, sin que lo piense la autora o quizá sí, en la medida en que se va dando esa profunda maduración, el paraíso va perdiendo fuerza hasta prácticamente desaparecer.
No es un libro religioso. Gioconda se reconoce como no religiosa. Así describe su propio texto: “Ésta es pues una ficción basada en las muchas ficciones, interpretaciones y reinterpretaciones que alrededor de nuestro origen ha tejido la humanidad desde tiempos inmemoriales. Es, en su asombro y desconcierto, la historia de cada uno de nosotros”.
Ligia me hizo una buena recomendación. En el librero de los próximos textos a leer, Gioconda tiene dos espacios. Espero incorporar a Sergio Ramírez. Es un buen tiempo para reconocer a Nicaragua por sus escritores y no por los problemas políticos que ahora tienen, y en abundancia. Espero que en un tiempo corto puedan volver estos escritores a su país, lo mismo que los obispos Silvio Báez, Rolando Álvarez e Isidoro Mora, así como las decenas de sacerdotes expulsados por la pareja imperial.
Y recomponiendo la canción de Silvio Rodríguez: “Andará Nicaragua, su camino en la gloria, porque fue sangre sabia la que hizo su historia”. Va por Nicaragua.
Nos leemos la próxima. También hay vino tinto. ¡Hay vida!