La vegetariana, de Han Kang

FERNANDO MENDOZA J. / Exprés

Por tercer año consecutivo no fui a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Me quedé con las ganas. Es que fui a la de 2021, la primera después de la pandemia, y le faltaba calor, y me quedé con esa imagen. 

Mi hija fue. Y con ella y en ella, fui yo.

Me dice que ya recobró su calor. Habrá que ver.

Como en las dos anteriores, Alicia pidió mi lista de libros que buscaría para comprarme. Fue un sinuoso y laborioso proceso. Cuando he ido, traigo en mente algunos títulos, algunos autores y algunos temas, pero al ir pasando por las decenas de stands se olvida uno de la lista y se sumerge en los laberintos de los miles y miles de libros en exhibición. Pero no ir y hacer una lista, para mí representa un auténtico reto.

Como siempre le pedí los últimos de Susanna Tamaro, de quien me es muy difícil encontrar libros. Agregué otro de Guillermo Hurtado. Uno sobre el Camino de Santiago, cuyo recorrido completo espero hacerlo en breve. Otro que no encuentro de la cada vez más imprescindible Fernanda Melchor. Uno, de Mariana Mazzucato, una economista argentina que sus tesis me parecen bastante interesantes. La autobiografía de Mary Ann Glendon, una mujer en toda la extensión de la palabra y que merece mayor reconocimiento a nivel mundial.

La lista se fue haciendo grande. Quería el de Javier Aranguren sobre el humanismo, el extraordinario del japonés Endó que por varias Ferias lo he estado buscando, la entrevista de Javier Martínez Brocal con Papa Francisco hablando sobre los recuerdos con Benedicto XVI y el del italiano Alessandro D’Avenia reconociendo mi debilidad por los autores del país de la bota.

Mi hija fue muy generosa. Paciente y lentamente me buscó y encontró algunos de la larga lista. Al final, me dijo cuáles encontró y compró. Lamenté que no estuviera allí La vegetariana, de la recién nominada Nobel 2024 Han Kang. Ni modo.

Por ello, cuando mi hija me entregó mi regalo de Navidad en una bonita bolsa y descubrí adentro La vegetariana hube que darle un largo beso, no al libro sino a Alicia, que bien que sabe mis debilidades y razones para encontrar la felicidad.

Han Kang es un dechado de sencillez y profundidad. No busca la elegancia en cada párrafo, pero encuentra la manera de ir poco a poco llevando al lector a lugares en que la emoción se conjunta con la trama de tal manera que se va compenetrando con los protagonistas de la historia.

Yeonghye en una joven discreta, casada con un joven discreto. Ambos conforman un matrimonio cotidiano, sin sobresaltos, porque su vida ha sido discreta. Él la describe así: “Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto en particular. Su manera de ser, sobria y sin ninguna traza de frescura, ingenio o elegancia, me hacía sentir a mis anchas”.

Todo cambia cuando Yeonghye decide de la noche a la mañana convertirse en vegetariana, sin mayores razones que el descubrimiento de unos sueños extraños que van apareciendo en la vida de la joven coreana. Todo se vuelca con este hecho.

No solo deja de comer carne sino que orilla al marido a hacer lo mismo. En ese torbellino de sueños y actitudes extrañas, la vida matrimonial se va tornando distinta.

Luego se van incorporando a la historia otros personajes cercanos de la familia y esa vida discreta y cotidiana se aleja por completo.

Kang no se apresura en la descripción de la trama. Como todo oriental, va contando su historia con pausas pero siguiendo la línea principal de la novela. Sin prisas y sin apuros, sin elegancia pero sin crueldad, va contando los hechos que nada más queda al lector seguir sin apasionamientos cómo ese vaivén de emociones va envolviendo la lectura. El final de La vegetariana se va descubriendo en la medida en que las hojas se acaban, pero la trama no pierde interés y este es un gran valor del texto.

Hace un año descubrí con el Nobel 2023 a Jon Fosse y quedé prendido de su estilo repetitivo y tierno para ir narrando historias sencillas. Ahora, quedo plácidamente convencido de que Han Kang ha quedado para la historia por contarnos historias cotidianas con una cotidianidad que olvida la elegancia para envolvernos en una profundidad que llega con la sencillez de la narración.

Me llevé La vegetariana a Guadalajara para leerla durante el viaje, pero la dejé para que un rico café caliente fuera el acompañante perfecto del fin de la novela, mientras los tapatíos buscaban divertirse en pleno año nuevo y yo me sumergía una vez más en las letras de Han Kang y encontraba la clave para zambullirme en su narración.

Como todo comprador compulsivo, ya tengo La clase de griego y Actos humanos de la misma Kang. Ya les contaré después cómo me fue con ellos.

También habrá tiempo de contarles de los que me compró Alicia en la FIL. 

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida! También vino tinto.

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