Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt

FERNANDO MENDOZA J. / Exprés

He de confesar en forma transparente y frente a mis cuatro lectores que nunca he estudiado filosofía. Ni de cerca. En algún momento de mi primera juventud quise abandonar mis estudios contables para dedicarme al periodismo por entero, pero en aquellos años idos y lejanos no había carrera de periodismo ni algo semejante en Chihuahua. Y salir fuera no estaba ni en planes ni en presupuesto. Lo más cercano al periodismo era -me dijeron-, la filosofía. Algunos de los periodistas de aquí en esa época la habían estudiado en el Seminario…

Pero yo no me veía estudiando filosofía. Ni de chiste. Así que terminé mi carrera de CP aunque sí me dediqué por más de un década al periodismo.

Con ese recuerdo, cuando me hablan de un buen libro de filosofía, veo la oportunidad de poder verlo y en su caso leerlo, si no está demasiado “elevado” para mis nimios conocimientos. 

Pues resulta que en una buena plática con alguien que no recuerdo pero que sabe de lecturas y temas profundos me recomendó La condición humana de Hannah Arendt. Lo vas a disfrutar. Me dijo. Y si lo iba a disfrutar, pues a buscarlo.

Caí en el mítico local de la calle Ocampo de la Librería Infinito. No lo tenían y por meses enteros no cayó el dichoso texto. Lo busqué en las pocas librerías que había y hay en estas tierras desamparadas. Nada.

En un viaje relámpago a Guadalajara, en la única librería que visité pregunté por La condición humana. No lo tenemos, pero aquí está Eichmann en Jerusalén, de la misma autora. Buen vendedor, medité. Y mal comprador que soy, dije que sí.

Dicen que a Arendt no le gustaba que le llamaran filósofa, y prefería que la llamaran teórica política. De cualquier manera, esta judía tuvo notable influencia en los círculos filósofos y políticos en la segunda mitad del siglo pasado y sigue nutriendo la intelectualidad aún en este primer cuarto del primer siglo del segundo milenio.

Eichmann en Jerusalén, cuyo subtítulo es Un estudio sobre la banalidad del mal, es un clásico. Arendt asistió a los juicios de Adolf Eichmann, coronel nazi y uno de los mayores criminales de la historia, que se realizaron en 1961 en Jerusalén. Hannah asistió en calidad de periodista. El libro es un ensayo sobre lo que observó en dichos juicios y sus consecuentes análisis.

Eichmann participó en la llamada “solución final” con la que los nazis asesinaron alrededor de seis millones de judíos (los juicios no incluían ni a los gitanos ni a los cristianos, que probablemente sumados daban una cantidad semejante), pero siempre se declaró inocente porque aseveraba que solo había cumplido órdenes como se cumple cualquier orden de cualquier trabajo.

Arendt al observar al criminal nazi durante todo el período en que fue enjuiciado llega a la conclusión de que Eichmann “no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión -que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez- fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”.

De esta conclusión, Arendt pasa a decir que “lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”. De allí, el subtítulo: hombres “ordinarios” que hacen el mal sin que previamente hayan hecho la reflexión sobre el mal hecho. La banalidad del mal, pues.

“Era indudable que Eichmann había actuado siempre en el cumplimiento de órdenes superiores, y si hubiera sido juzgado aplicándole las normas del derecho israelita común, hubiese sido muy difícil condenarlo a la pena capital”, dice la teórica política, y unos párrafos más adelante explica que “la justicia, que no la misericordia, es la finalidad de todo juicio”.

Arendt deja en claro: “El alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana. Pero fue únicamente una lección, no una explicación de un fenómeno, ni una teoría sobre el mismo”.

Eichmann en Jerusalén es para leerse con calma para ir descubriendo todo el mal del mal.

Apenas en enero de este mismo año se recordó el 80 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz. Ojalá que con ello también recordemos lo que nos plasmó Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén. Para que nunca más vuelva a ocurrir lo de Auschwitz y que seamos más consciente sobre nuestras conductas que nos puedan empujar hacia el mal sin que hagamos una seria reflexión.

Por cierto, después compré La condición humana en una Feria del Libro. Muy denso el texto para mis nimios conocimientos, pero batallando y todo lo concluí. Hay otro texto que tengo sobre reflexiones políticas. Quizá acuda a él, ahora que vivimos tiempos políticos muy turbulentos aquí y en el norte. También más abajo.

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida! También vino tinto, quizá falten copas…

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