¿Por qué soy todavía cristiano? de Hans Urs von Balthasar

FERNANDO MENDOZA J. / Exprés

Una vieja costumbre devocional familiar despertó en mí aquel viernes golpeándome a la cabeza en repetidas ocasiones. El entorno social, como en tantos momentos en los últimos 20 o 25años, era de violencia incontrolable. Así que ese viernes, en realidad un Viernes Santo, decidí pedir en la misma fila en la que estaba para adorar la cruz, mejor la Cruz, por el cese de la violencia.

Pensaba que el golpeteo cerebral terminaría allí con mi oración al besar la Cruz. Pero no. Más tarde, en el momento en que los católicos participamos en el Pésame a la Virgen, el Viernes Santo por la noche, allí estaba preguntándole al Señor que me quería decir aquel golpeteo, y me sumergí tanto en la pregunta, que cuando volví a la conciencia, la persona que dirigía la oración dijo en ese instante “debemos caminar…”.

“Está bien -me dije-, caminar, pero cuándo, a dónde, por qué…”. 

Al día siguiente, en realidad Sábado Santo, me levanté diciendo que iría a recorrer los siete templos, recordando aquella devoción que hacía con los primos Jácquez cuando estábamos chavalos caminando por los templos más cercanos a la casa de la abuela Chepa. Pedí por el cese de la violencia.

Fue hace dos años. La volví a hacer el año pasado, pidiendo elecciones sin violencia. Hoy la volví a hacer por múltiples peticiones.

Y he allí que descansaba después del recorrido de 12 mil 575 pasos, alrededor de 10 kilómetros, repasando el Vía crucis que había meditado, escrito magistralmente por la extraordinaria Susanna Tamaro, cuando el inefable Jaime Mariscal interrumpió mis cavilaciones devocionales para recordarme que era sábado, día del envío de mis historias. Confieso que no tenía libro elegido ni pensaba ponerme a escribir después de esos estupendos párrafos de mi italiana favorita. Pero Jaime fue insistente.

De pie frente a mi librero principal, hurgué en el espacio dedicado a los libros de grandes teólogos. Y apareció. Lo leí en 2014, después de haberlo comprado seguramente en la librería de los jesuitas en Chihuahua. Son dos libros en uno. ¿Por qué soy todavía cristiano? De Hans Urs von Balthasar. Y ¿Por qué permanezco en la Iglesia? De Joseph Ratzinger.

Cómo se puede sugerir por el título son dos preguntas que ordinariamente nos hacemos los cristianos. Sobre todo, después de observar tiempos revueltos como los que nos ha tocado vivir, cuando los cristianos no hacemos lo que debemos y más bien hacemos lo que no deberíamos hacer. 

Lo cierto es que estos dos grandes teólogos de nuestros tiempos, van a lo más profundo del pensamiento para desentrañar las grandes interrogantes de los cristianos y poder responder sabiamente a estas dos preguntas claves.

Hay tanta riqueza en cada una de las noventa páginas de este texto, que es difícil incluso elegir algunos párrafos más adecuados para esta historia. Pero von Balthasar es capaz de decir: “Dios ha amado tanto al mundo… Dios es amor… Ninguna religión, excepto la cristiana, ha tenido el valor de hacer una afirmación de este tipo ante la situación de este mundo”.

Más adelante afirma que “el cristianismo es la religión de aquellos que incluso tienen por positivo lo que todos los demás dan por negativo”.

“Tiene razón Teilhard de Chardin cuando asegura que sólo los cristianos pueden presentar motivos para continuar viviendo en un mundo que desespera de poder conseguir con sus propios medios la paz y la serenidad, y que está a punto de abandonar toda esperanza a pesar de los discursos históricos sobre la esperanza”.

Por su parte, el siempre preciso Joseph Ratzinger comienza su disertación con un tono hasta cierto punto sin esperanza. “Permanecer en la Iglesia no tiene ya el carácter evidente e inequívoco de antes y nadie cree en la sinceridad de los demás”.

Pero no. Luego de dedicar algunos párrafos a la reforma auténtica de la Iglesia -ubicando que este texto fue escrito en 1971, cuando el Concilio Vaticano II estaba en su primera etapa de implementación-, el gran teólogo que fue siempre Joseph Ratzinger expresa: “Una Iglesia que, contra toda su historia y su naturaleza, sea considerada únicamente desde un punto de vista político no tiene ningún sentido, y la decisión de permanecer en ella, si es puramente política, no es leal, aunque se presente como tal”.

Luego vienen en tropel las grandes afirmaciones. “Es la Iglesia la que, no obstante todas las debilidades humanas existentes en ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y poderosa”. 

“Quien desea la presencia de Cristo en la humanidad, no la puede encontrar contra la Iglesia, sino solamente en ella”.

“No se puede creer en solitario. La fe solo es posible en comunión con otros creyentes. La fe, por su misma naturaleza, es fuerza que une”.

En la aventura por los senderos de mi Iglesia, puedo decir siguiendo a Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI: “Permanezco en la Iglesia porque creo que la fe, realizable solamente en ella y nunca en contra de ella, es una verdadera necesidad para el hombre y para el mundo. Permanezco en la Iglesia porque solamente la fe de la Iglesia salva al mundo”.

Es cuanto.

Nos leemos la próxima. ¡Hay Vida! ¡Hay Resurrección!

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