Macario, de Bruno Traven

FERNANDO MENDOZA J. / Exprés

Cuando se llega a cierta edad y se constata que en la parábola de la vida ya se rebasó la cresta y se comienza un descenso inexorable, los recuerdos llegan de pronto de una forma nítida como si se vivieran en el presente. Pero llegan otros, borrosos como la penumbra de otoño, en los que hay que ir atando cabos para reconstruir la realidad. Otros, ya ni se recuerdan…

Esa noche la obscuridad había llegado de improviso y se me había hecho tarde para dar la caminata vespertina. Con la fiaca encima, me calcé los tenis y salí a recorrer las calles del barrio. Fiel a mi costumbre, no usé audífonos y dejé que la conciencia, mis ilusiones, mis problemas, mis locuras, mis obviedades, mis deseos y fantasías afloraran con plena libertad, lo que ocasionó que de pronto todo ese tropel de emociones llegara al rincón de mi ser y revolcara mi atribulado corazón.

Pasé del perro del vecino al saludo de la vecina que toma el fresco, por la venta de elotes y las tortillas de harina recién hechas y de pronto di al brinco a mi experiencia de la primaria, recordé mis primeros pasos de baile en Bachilleres y volví a un viejo enamoramiento infantil de un linda muchachita que no volví a ver pero que tenía la bella característica de un lunar por encima del labio. Ignoro si fue cierto, pero recuerdo nebulosamente que esa compañera de secundaria me prestó un libro que nunca le devolví. Cierto o no, aún recuerdo el libro. Macario, escrito por Bruno Traven.

Apenas volví de mi recorrido de 5.25 kilómetros con esa penumbra otoñal, tomé la pequeña escalera, subí los dos peldaños y alcancé el último entrepaño del librero principal de la sala, removí diez tomos forrados de un verde obscuro y alcancé a sacar los seis libros que resguardé para un tiempo especial.

Apareció Macario.

Evoqué sentimientos idos.

Bruno Traven es un alemán -se supone- que cansado de la primera guerra mundial y buscando mayores aventuras sin fusil llega a México con un caudal de historias qué contar. En nuestro país se acaba de sobrevivir a la revolución y se vive entre dos clases sociales: una, próspera y acaudalada; otra, mísera y sin esperanza. Ese mundo le dio a Traven -su pseudónimo- inspiración para sus textos.

Macario es una de sus mejores obras, que refleja este mundo ambivalente en lo económico, en lo político y en la esperanza. La novela tiene un carácter crítico de la sociedad de entonces (y de ahora también) y muestra con crudeza la miseria y una cierta hipocresía que Bruno pudo percibir en las clases altas del México de ayer.

Macario es un pobre leñador que solo tiene en mente una ilusión: comerse él solo un pavo completo, pero es tan pobre que no puede comprárselo. Su esposa, con ahorros y muchos sacrificios, logra comprarle el pavo de sus deseos. Macario parte al bosque para comerse él solo la causa de sus ilusiones, pero se encuentra con la muerte.

Con una prosa sencilla, sin aspavientos ni elegancias, pero que va llevando la historia de una forma magistral para que el lector se introduzca en el escenario de todo lo que narra, Bruno Traven muestra a Macario con destreza su interior y desvela todo lo que la miseria quiere alcanzar del otro lado de la moneda.

Así, Macario cuando se encuentra con la muerte es capaz de entregar parte del pavo que tiene para sí mismo con tal de lograr lo que en su profundidad realmente desea. Así, luego de no pocas vicisitudes, Macario recibe la capacidad de curar enfermedades al usar agua que sale de una fuente mágica. Con el agua logra no solo curar enfermedades sino acumular una riqueza que en su vida nunca pudo sospechar.

También se encuentra con el diablo y con Dios.

Esto lo envuelve con experiencias que no alcanza a entender y no sabe controlar. Quizá tampoco vivir. Así, Macario se enrolla en un vaivén de ida y vuelta entre la vida y la muerte, entre la riqueza y la pobreza, entre el acompañamiento y la soledad, entre el diablo y Dios.

Bruno Traven ha atravesado la crítica social de un México perenne y convirtió a Macario en un cuento inacabable, como inacabable es la vida ambivalente del mexicano, que se desenvuelve entre la opulencia y la miseria, entre la soledad y la esperanza.

Macario entrelaza la literatura con la crítica social en unas cuantas páginas llenas de historias. Luego, el cine mexicano llevó esta novela al cine con el extraordinario Ignacio López Tarso.

Cuando pude guardar el tomo de Macario de vuelta a su lugar de origen, logré observar que la penumbra se había convertido en obscuridad de casi media noche. Se me vino a la mente el lunar por encima del labio. Entre nebulosidades de ficción no supe atinar si todo fue una invención de un corazón atribulado o fue la certeza incorregible de saber que la ilusión traspasa la realidad. De cualquier manera, me quedo con Macario y el lunar seguirá recordándome los momentos grandiosos idos de mi secundaria. Por cierto, el libro que tengo lo compré en el mítico local de la calle Ocampo de la Librería Infinito, y no es, por supuesto, el que creo me prestó la susodicha, que en una de esas ni existió…

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

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