Ignoro cuántos miles de millones de dólares se han destinado para la guerra. Y en las guerras de todos los tiempos, ni para pensarlo.
Estados Unidos, Reino Unido, China, Japón, Francia, Alemania, Rusia y muchos otros países, han aportado para que Ucrania se defienda de la invasión rusa, o para que Rusia consiga su objetivo de hacerse de más territorio.
El dinero no ha faltado, lo que sobra, y por mucho, son familias desplazadas, heridos y muertos.
El presupuesto de defensa de todos los países es ofensivo frente a las necesidades de la gente. Pero es imposible, al menos para el raciocinio de la época en que vivimos, que los que hacen la política puedan decidir el uso de ese dinero para ayudar a los débiles; no, claro que no, por ahora se preocupan, primero, por ser más fuertes y dominantes, y segundo, para servir a los intereses de grandes corporaciones que globalizan el mercado. Hay programas sociales, sí, pero sólo mitigan -muy poco- pero no resuelven la enorme desigualdad en que vivimos. La brecha entre pobres y ricos es cada vez más ancha. La política debe servir para equilibrar, en lo posible, la desigualdad. La esencia del animal político gregario que se necesita mutuamente, se pierde cuando el que quiere ser rico se mete en la política, y suelta el gen de la corrupción que tenemos dentro y que es parte de la condición humana.
Se vale tener riqueza y vivir con los lujos que ve en otros, pero para eso debe ir por el mundo de los negocios, generar empleo, pagar impuestos y hacerse rico…