Leí ayer el libro, El Rey del Cash. A buen ritmo lo lees con cuidado en 3, máximo 4 horas y sí, es un libro que recomiendo leer, más a quienes no conocen lo que se vive en el hogar de gente como Elena Chávez que ve salir a quien ama a su trabajo en campañas. Entiendo a Elena mejor que algunos, participé de 1974 a 1992 en más de una docena de campañas políticas, en 4 de ellas, en calidad de coordinador general y son súper, absorbentes, porque dejas tu casa por meses; sólo vas y vienes como ráfaga, para dejar dinero y tomar cambios de ropa; a veces ni eso. Las aportaciones en efectivo han sido y son una práctica corriente, al igual que los porcentajes del sueldo a empleados de gobierno, se hizo y se sigue haciendo, en todos los órdenes de gobierno y los partidos reciben ese dinero como aportación voluntaria. Los topes de campaña son rebasados por todos, partidos y candidatos, aunque se cuida muy bien su rastro, ahora, utilizando el Cash. Los periodistas y dueños de los medios son ayuda al cobrar por debajo de la mesa en Cash, pues no quieren regalar su trabajo y nunca se rindieron ante las facultades del INE. Esa práctica era, es y sigue incólume.
El carácter de los candidatos si es, aunque no siempre, autoritario, hay excepciones, y son las que más recuerdo, porque esas personas siguen siendo mis amigos y les guardo admiración y respeto. Dentro del equipo de campaña se cuela de todo, menos los que aportan y trabajan. El que aporta no necesita andar ahí y el que trabaja recibe pago, pero hay una caterva de advenedizos que medran con zalamería y falso conocimiento a los candidatos. Inventan viáticos, mienten y les sacan dinero hasta para mandar a casa. En aquellos tiempos los hoteles y restaurantes les daban facturas; las gasolineras eran sus preferidas y tenían el descaro de tomar bloques completos con la numeración continua. La evolución empujó, nació el IFE, luego el INE y ahora candidatos y partidos se cuidan la espalda y todo lo ilegal pasó al manejo del Cash. Elena tiene razón, la guerra al interior de los equipos de campaña o de una dependencia es intestina y despiadada. Hay quien dedica su tiempo, y les funciona, para hablar miel o hiel al oído del candidato o del funcionario para ascender, hacerse de favores y adjudicarse trabajo que no hicieron. El testimonio de Elena nos deja la sensación de qué hay más, pero, por lo menos, nos dice con valentía, que AMLO no es lo que dice ser, sino que su carácter es como el de cualquier político que se aprovecha de la pobreza, y de las circunstancias que nos rodean para auto construirse una imagen denostando lo que sabe que se hace, pues él mismo lo hizo y lo sigue haciendo. Aunque ahora más sofisticado, pero igual usa a la gente, como todos los partidos, un simple mercado electoral. Aunque también hay excepciones, aquí muy pocas, pero las hay, siempre hay gente buena que ayuda de verdad. Elena detalla el cambio de AMLO, gradual pero constante, su amiga Anabel Hernández, que prologa el libro, coincide en el hybris y, yo, agrego el hubris; es cierto, nunca conocí a un gobernador o alcalde que no cayera en el error de escuchar a los zalameros. Si conozco políticos que no cambian su forma sencilla de ser, pero todos fueron víctimas de esos sátrapas que donde quiera aparecen para decir sí a todo al señor o hacerse los simpáticos para aparentar lealtad. También hay aquellos que creen que por ser candidatos o funcionarios merecen pleitesía, más cuando ganan una posición de poder, y se toman el arbitrio de conceder premio o castigo según te agaches, pues tu trabajo no cuenta. Una forma de sobre vivencia, para que te dejen trabajar cuando eres responsable de una campaña, es dejar claro que tú no te interesas en posiciones, por eso nunca fui ni suplente de regidor, eso me dejaba a salvo de quienes dan todo y son capaces de todo, por estar en las planillas, no así a la hora de un empleo, porque terminabas con un jefe que en campaña fue sólo un estorbo. Andrés Manuel es una persona que como cualquier político de nuestra historia, se aprovecha de las debilidades humanas. Lo que nos cuenta Elena en su libro lo devela con los defectos de la mayoría de los seres humanos, algunos más acendrados, otros más disimulados, pero nos muestra que, diga lo que diga, es sólo otra persona que es objeto y víctima del deseo de poder y dinero que nubla la mente, pero la maneja, la administra, ladino y taimado según le convenga. Sabe adelantar y aprovecharse de las debilidades de sus siervos, aunque luego, sin piedad, los castiga si por obedecer caen en problemas. Mandar, controlar, hacer lo que deseas, está en las venas, y se atreven a lo que sea. Los políticos no son la excepción, al igual que los bandidos pelean a balazos por el mando o el territorio, en el ejército intrigan para ascender y en la empresa, por agradar al dueño, pisoteas a un compañero. “No somos iguales” es un slogan; son palabras que muchos quieren oír y él les da gusto, han sido traicionados tantas veces que desean oír algo diferente aunque sea mentira. Su honestidad se derrumbó muy pronto y sus hijos, familiares y amigos respaldan a Elena con las fechorías que hoy sabemos. El deseo de poder antes que el de servir está en el ADN de los políticos y el es uno de ellos, aunque también hay excepciones, pocas, pero las hay; él no lo es. Vivir del poder es como ser un burgués que administra su ocio. Goza de mucha miel que sabe a riqueza sin serlo, incluso los poderosos empresarios juegan con eso con los políticos, al hacerles creer que son amigos o iguales cuando de verdad los detestan, aunque sí les devuelven Cash al tomar contratos, ayudan a inflar precios y presupuestos de obras o compras; también hay uno que otro que no acepta. La viña tiene de todo. En fin, un libro a tiempo, pero vale como testimonio claro de que las cantaletas de los 200 pesos y un par de zapatos son sólo una publicidad dirigida a los oprimidos. Esa ruina del pueblo tiene el el oprobio a los partidos y sus políticos corruptos y mentirosos. AMLO tampoco cumple, pero es taimado y sabe usar el colmillo y reparte unos cuantos dígitos del presupuesto para ganar clientela electoral al más viejo estilo del PRI. Las despensas, los sacos de cemento, láminas y varilla eran moneda de cambio en las elecciones. Ahora lo son los programas del bienestar. Mejores? Tal vez, directos a la gente? Tal vez, exitosos? Sin duda. Pero sí, son iguales y nada es distinto. Los arrebatos, amenazas venganzas y resbalones desde la mañanera, como el de la estampita del detente o el error grave de atacar públicamente a Loret, si son preocupantes, al igual que el carácter y la inferencia de la no primera dama, que acomoda y desacomoda amigos y amigas, al igual que los hijos. Se hace presente la desmesura; el hybris que conlleva. Me queda la seguridad de que Elena sabe más. Esperemos