El asesinato de Obregón marcó el inicio del maximato con un caudillo que decidiría el destino de México, por unos años, bajo la simulación de la democracia.
Plutarco Elías Calles traicionaba la revolución y sus ideales, era otro Santa Anna; otro Juárez u otro Díaz que quería conservar el poder a toda costa. Sólo la forma era distinta, lo haría con títeres, o al menos, lo intentaría.
Su compinche Emilio Portes Gil aceptó el interinato a la muerte de Obregón, sin objeción ni reparo. Gobernó 1 año 2 meses 5 días.
Convocó a elecciones y el candidato de Calles, Pascual Ortiz Rubio, ganó, pero sólo aguantó poco más de un año, renunció al no soportar que Calles tuviera el mando y el nomás de florero. En su lugar Calles hizo interino a Abelardo Rodríguez, quien sin pena ni sonrojo, entró en el juego callista.
Se hicieron cambios en la Carta Magna de 1917 para extender el período presidencial a seis años y se quitó la reelección alterna. En las elecciones Calles propuso a su amigo, el General Lázaro Cárdenas, a quien creía incondicional, pero lo aguantó poco, ya que Calles le impuso gabinete completo.
Y como nadie le hacía caso ni lo tomaba en cuenta. Cárdenas, con su guardia, de noche, fue a la casa de Calles, estaba en pijama, pero así lo levantó y lo sacó, lo subió a un avión y lo envió al exilio.
Fue así como nació el rey sexenal, sistema presidencialista, que daba el poder por seis años a un sólo hombre.
Hicieron chilar y huerta, unos más, otros menos, pero aunque con altibajos, la corrupción, abuso, cárcel y muerte, ocurrían según se ofreciera.
¿La gente? Con despensas y dádivas que nunca fueron suficientes, campañas y promesas de ensueño. Los periodistas con chayote. México iniciaba con esperanza, un nuevo camino.
Era imposible que nos fuera bien, al contrario, nos esperaba una larga época de burócratas, hipócritas, falsos, asesinos y corruptos.
¿La Sociedad? A nadie le importaba, la usarían a conveniencia. Como ahora Andrés Manuel.