FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Mi año 2021 comenzó de manera catastrófica. Muy catastrófica. Mi madre se había fracturado la cadera y permanecía en el hospital en plena crisis por el covid.
Yo también caí enfermo de coronavirus y me hospitalizaron el 8 de enero. Como podría suponerse pedí un libro para vivir mi aislamiento con lectura. No atinaron el título que pedí, y tuve que leer una historia fuera de mi agrado.
Cuando salí, una semana después, con las fuerzas disminuidas, un cuerpo desecho y un alma golpeada, comencé con La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero.
De esta escritora española había leído La hija del caníbal, cuyo texto desinhibido me encantó, por lo que fui a una librería nueva a buscar más textos de ella, y lo único que tenían era este, que narra la vida de Marie Curie, aquella mujer ganadora de dos Premios Nobel, pero que inmerecidamente es reconocida como la esposa de Pierre Curie.
La realidad es que me sentía apenas con las fuerzas necesarias para comer y dormir, y dejé la lectura apenas en las primeras páginas. Luego, mi madre fue dada de alta, se contagió de covid, no fue aceptada en hospital y hubo que cuidarla con mi hermano y su esposa en total aislamiento. Dura prueba: Enfermo cuida a enferma…
En los pocos momentos que quedaban de descanso y que me sentía con fuerzas, Rosa Montero -sin que ella se enterara, seguramente- me fue contagiando de sus palabras, de su encanto por presentar a Marie con fuerzas para la investigación y sus pocas dudas para el amor.
Sí. Las ganar por perseguir la razón, a través de la química y la física, no estuvieron nunca peleadas con el amor… tampoco con la pobreza. Porque Rosa Montero, con ese ímpetu desencarnado que raya casi con la crueldad, nos presenta a una familia entregada a sus pasiones, pero con carencias extremas.
La ridícula idea de no volver a verte es la historia de una mujer que vivió al extremo y con ardor el esfuerzo por tener dominio sobre el radio, ese elemento químico tan desconocido como revoltoso que terminó por consumir lenta e inexorablemente a Pierre, hasta su muerte en la calle, textualmente en la calle. Por cierto, este hecho, me parece de lo mejor narrado por la escritora.
La reflexión del Diario de Marie, en que se basa el libro de Rosa Montero, así como las palabras de la española son de un amor infinito, de una experiencia aterradora por quedarse sola en la vida y sola en las investigaciones faltantes. Es decir, el desgarro de Marie por no saber que hacer en la ciencia como en el amor.
Yo mismo me sentí tremendamente identificada con la científica. En la tarde, cuando la obscuridad llegaba temprano en ese invierno catastrófico de 2021, y hurgaba los párrafos de Rosa Montero, me sumergía en la tristeza de Marie que lloraba por la ausencia de Pierre, mientras mis ojos veían consumirse el cuerpo y el alma de Minga, mi madre.
Y cuando Marie descubría que le faltaban las manos de Pierre para seguir con la ciencia, yo mismo tomaba las manos de mi madre para saber que su débil pulso se consumía en una lenta agonía.
Meses después, cuando le recomendé a una amiga este libro y le sugerí se adentrara a leer la obra de Rosa Montero, me preguntó por qué debería leer La ridícula idea de no volver a verte, pronto atiné a decir: porque es el canto hermoso de un amor que se amalgó con la ciencia, y de una vida vivida con y para la ciencia dejando siempre lugar para el amor. Y debajo de todo esto, la historia de Marie, una mujer que no se amilanó ante los grandes científicos de la época y que supo triunfar en un espacio que no estaba predeterminado para ella. Agregando que todo ello está bellamente escrito por las palabras exactas de una Rosa Montero en plenitud.
Nos leemos la próxima semana. Hay vida.