FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Escogía guayabas en el super para ser un atole. De verdad. Podrá ensopárseme el cereal, pero aprendí a elaborar un buen atole de guayaba gracias a un receta que le copié a Soraya Núñez de su Facebook. Pero, por favor, no me desvíen del tema principal.
Decía que escogía guayabas. A mi espalda apareció la figura del fiscal. Si. Era el fiscal estatal. Iba solo y guiaba su carrito muy presto, evidencia que delataba que no era la primera vez que hacía el super. Y aunque cruzamos la mirada no nos saludamos. Dio la vuelta rumbo a los plátanos, enfrente de los tomates. Fue cuando descubrí a una distancia no cercana -pero no lejana- de un guarura vestido con chaleco caqui.
Hago un paréntesis. Dice la revista Algarabía que la palabra guarura viene del rarámuri y que significa “hombre de honor”. Cierro paréntesis.
Dicho guarura fue siguiendo al fiscal por todo el super y sus rincones. Vaya molestia.
La reflexión del fiscal viene al caso justo porque un amigo de Twitter me acaba de regalar un libro conmovedor. Se trata de Muerte de un silencio, escrito por Clémence Boulouque.
Rod, el amigo tuitero, es un bicicletero nato. Tuvimos reunión del Grupo Chihuahua en días recientes y aprovechó la ocasión para traerme este libro y otro, y yo le regalé otro par.
Muerte de un silencio es un cruda historia que narra como Clémence pudo soportar el trabajo de su padre: un magistrado, que investigó y castigó a varios criminales condenados por terrorismo en las épocas obscuras de la Francia de los año 80 del siglo pasado, cuando precisamente el terrorismo causaba grandes estragos en Europa.
Clémence apenas salía de su infancia y no acababa de ingresar a la adolescencia cuando a su padre se le nombró magistrado. La vida familiar ya no fue igual. Cambio de horarios, cambio de asistencia a eventos familiares, cambio en la convivencia, cambio del disfrute de vacaciones, cambios, cambios y cambios.
La niña estalla. Hace berrinches, intenta chantajear y comienza a ganar esas pequeñas peleas. Pero en el fondo va perdiendo.
En la medida que su padre avanza en las investigaciones comienza a ganarle el miedo a Clémence. Muerte de un silencio muestra a una escritora que desnuda su alma, tal cual. Descubre y describe su miedo, su inseguridad, su pesadilla. Y va acercando al lector a su vida de horror, compartiendo todo el terror que vive a su lado.
Ya no se vive en libertad en casa. Llegan los guardias de seguridad, a la que rehúye en primera instancia, pero que tiene que aceptar como un cambio de vida que se da sin que le pidan permiso.
Ha dejado atrás una vida tranquila y se ha metido en un tobogán sin término y sin salida. Pero viene lo peor.
Cuando Clémence cree que se ha adaptada a su nueva vida, la noche del 12 al 13 de diciembre de 1989, su padre toma la decisión más incomprendida de su vida: decide suicidarse.
Muerte de un silencio se convierte pues en un mundo de reflexiones en torno a la vida de su padre y cómo Clémence intenta superar la pérdida súbita de su padre.
Hay una frase que bien puede resumir estas reflexiones. “He pasado del miedo al dolor”, dice Clémence como queriendo conquistar su sufrimiento, pasando de un mal a otro.
Es un libro ligero para leerse pero muy duro para vivirse. Cala hasta el interior. Quizá no apta para almas que se embullen demasiado en el protagonista, porque tendrán un dolor sin fin. Pero sí es un texto que interioriza el alma del sufriente, que hace sufrir y salir adelante.
Rod, mi amigo tuitero y que además hace unos postres riquísimos, tuvo a bien regalarme un libro feroz. Un libro que distrayendo la paz hace pensar en todas esas víctimas secundarias de los personajes que nos hacen vivir en paz. Como el guarura vestido con chaleco caqui que perseguía al fiscal y que lo escoltaba detrás de las naranjas, esperando que el jefe saliera pronto de ese lugar casi imposible de resguardar. Mientras yo seguía compadeciéndolo, cuando escogía guayabas para hacer atole con leche deslactosada para mi hijo Fer y de leche normal para la Fer.
Es Cuaresma. Hagamos ayuno de comer prójimo. Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!