FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Hace muchos años, cuando en la casa paterna había solo una televisión para todos y era de blanco y negro, me hallaba sentado en la amplia sala, tapado con una cobija color marrón cocida a mano por mi madre, frente a ese televisior que mi padre había comprado para ver las Olimpiadas del 68.
Éramos amantes de ver los domingos el programa 60 Minutos, conducido por Juan Ruiz Healy. Y heme allí sentado, tapado a la Caltzontzin, con un vaso de leche bronca comprada a don Bocho, esperando ese programa de investigación periodística.
El tema aquel domingo fue somnífero para un chaval de 12 años. La invasión rusa a Afganistán. Pero algo obtuve de provecho de esa espera: me di cuenta que Afganistán existía.
Así que cuando Estados Unidos decidió atacar a ese país abrupto, escondido y poco convencional, después del derribo de las Torres Gemelas, yo ya sabía algo de ese diminuto territorio.
También cuando conocí a Khaled Hosseini ya sabía algo de su país de origen. Porque Khaled es nacido en Afganistán, pero su literatura tan apegada a su terruño se convierte a la vez en voz de la amistad, que siempre es mundial.
Descubrí Cometas en el cielo en una visita rápida a Sanborns en una fecha incierta de un verano inquieto, cuando afuera caía un chubasco que a los pocos minutos desapareció dejando un montón de charcos para llegar a mi carro. Cometas en el cielo me defendió del empapo total.
Apenas me metí de lleno de entre sus páginas quedé atrapado. Tiene una magia difícil de describir. Hosseini sabe describir, sabe darle tiempo a los escenarios, sabe partir historias, sabe profundizar a los personajes para meterse en ellos, sabe recordar y por ellos va avanzando en el texto a la vez que liga el futuro, el presente y el pasado en un solo un tiempo. Hosseini es un genio hecho escritor. Lástima que solo ha escrito tres libros y medio, para que sea digno de un Premio Nobel de Literatura.
Cometas en el cielo es un libro que habla de la amistad. Dos niños apartados por las clases sociales, pero que su infancia hace derribar barreras y acercar almas, son los personajes principales. Luego el tiempo, la vida misma, sus familias, el trabajo y otros menesteres, los hacen separarse, para volverse a ver ya no como niños.
Detrás de esa historia llena de historia cotidiana de la cotidiana Afganistán, está lo que da título a la obra: un concurso de cometas, a la que los protagonistas desean participar.
Khaled pone en Cometas en el cielo el desafío de la amistad, la pobreza vivida en una Afganistán siempre necesitada y cómo se vive en una comunidad olvidada pero que no olvida la alegría de vivir.
La descripción de Hosseini que hace de su Afganistán nos monta en un tren que sube y baja por el desierto y la tierra infértil de su territorio. La riqueza de unos pocos y la pobreza de bastantes. La exuberancia de las casas donde viven sus autoridades y la escasez más que estrecha de la mayoría de sus habitantes. Y todo trazado con mano magnífica de mi siempre candidato al Nobel. Lástima que solo ha escrito tres libros y medio.
Después de lo acontecido en septiembre del 2001, el interés que despertó Cometas en el cielo fue inusitado. Hosseini ya vivía en Estados Unidos, pero millones de personas querían conocer su Afganistán donde nació. Cometas en el cielo pasó del papel al cine. Jamás quise verla. Me es difícil dar ese paso cuando encuentro un texto que me deslumbra, como temiendo que la película hará que pierda ese encanto.
Hace poco años conocí a Pablo Aarón, un seminarista que además de enamorado de Cristo está enamorado de las letras de Hosseini. Una noche, después de presentar un libro de poesía de un sacerdote extraordinario, nos dio pie a platicar sobre Khaled. Fue una noche de diálogo enriquecedor. Yo le regalé Donde el corazón te lleve de Susanna Tamaro y él me regaló un profundo relato sobre Cometas en el cielo. Los dos salimos ganando.
La próxima semana será Santa. Me dispongo a guardar mayor silencio, si es que puedo. Por lo pronto, los dejaré descansar. Espero verme con ustedes la semana de Pascua. ¡Hay vida! ¡Y Vida!