Las artes marciales me atraen, pero son sublimes cuando en la ficción, los artistas vuelan y pelean en el espacio contra hombres malvados.
Y como son para recreación, aunque nos tratan de llevar al límite, siempre triunfa el bien.
Ese es mi entretenimiento cuando llego a tener tiempo de ver televisión.
Por ello, no quiero ver a los mexicanos aterrorizados por el monstruo de la política que los está conduciendo a la más baja especie de la praxis política, donde con engaños y dádivas, les ofrecen cuentas de colores a cambio de su país.
Es indeseable observar la riqueza que acumulan los cercanos a AMLO, y que con su voz sea capaz de hacer creer a la gente que son buenos e inmaculados.
Asco con la riqueza de Nalhe en Veracruz; asco con el manejo de la pandemia por López Gattell. Enojo por la nula salud, más enojo por la bajísima calidad de la educación.
También coraje al ver a un retrasado mental dirigiendo Morena.
Pierdo los estribos cuando oigo a la corcholata carente de emoción alguna tratar de imitar a su jefe.
Por eso pienso que la que eligió su parte indígena, que todos tenemos, puede ser nuestra heroína (mujer que se distingue por sus hechos, y, más en una época en que ser mujer pareciera delito) salvadora, aunque luego se vea obligada a soltar el enorme lastre que significa cargar con los dirigentes Alito, Cortés y Zambrano y un par de cientos de zánganos que los siguen.
A pesar de ellos y sus errores, creo que debemos ayudar a la heroína a vencer a los malvados, con un solo acto: salir a votar todos.
No hay nadie que resista la decisión de un pueblo.
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