FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Hoy recordé a mamá. Cuidando su miguelito, en el porche en el que se recargaba por las tardes asoleadas y me contaba cosas del rancho en el que vivió de pequeña, allá por el rumbo de Santa Isabel.
Mamá era seria. Sus pláticas no eran largas peroratas, ni contenían frases elaboradas, ni las edulcoraba con bellos adjetivos. Había tenido una infancia dura, de trabajo en el campo, de levantarse temprano para preparar el lonche del abuelo. Cuando quiso estudiar, se levantó una enorme barrera. Trabajó como afanadora en la casa de Pablo Amaya -que fue alcalde de Chihuahua- y allí tuvo la oportunidad de estudiar, pero el abuelo no dio su venia.
Sabía leer, pero leía poco. Me acercaba yo al porche mientras mamá tenía entre sus manos aquella Biblia Latinoamericana que había comprado cuando los seminaristas llegaron a trabajar en la pastoral de la comunidad. No la interrumpía.
Recuerdo ahora aquellas tardes soleadas, junto al miguelito, mientras las abejas buscaban el almíbar de sus pequeñas flores rosadas, y me sentaba junto a mi madre. Ella con su Biblia de pasta azul y yo con la revista La Familia Cristiana. Y se me pasaba la tarde leyendo las aventuras del Padre Trampitas en las Islas Marías y por supuesto a Joaquín Antonio Peñalosa.
La revista era mensual. Yo no esperaba tanto. Leía y releía cada semana a Peñalosa, mientras el sol se apagaba.
Nunca dejé del todo la lectura de este extraordinario sacerdote potosino. Ya joven, visitando la Librería Infinito, en su mítico local de la calle Ocampo, fui adquiriendo varios libros de Joaquín Antonio Peñalosa, y añadiendo los que me encontraba en Buena Prensa.
Debo tener una veintena de títulos de este autor, cuya obra es bastante variada: poesía, periodismo, crónica, historia, biografías, reflexiones, cuento…
Entrevista con Dios, Judas y una rosa solo es un pretexto para escribir sobre Peñalosa. Estoy seguro que pronto, en estos mismos espacios, hablaré de él, porque siempre me ha llenado, siempre hay una palabra exacta para la reflexión, siempre encuentra una manera de buscar el humor y al mismo tiempo meditar con profundidad. Peñalosa ha sido mi fiel compañero por las tarde soleadas o de lluvia, ora escoltando a mamá, ora acompañando mis soledades de joven inquieto, ora razonando en mis días adultos de sequía.
En el libro en cuestión, Joaquín Antonio Peñalosa se adentra en sus talantes periodísticos y se atreve a entrevistar a una puerta de un prostíbulo, a un horno crematorio, a un bolso de mujer, al periódico de ayer, a una cama de hospital, a un pollo recién salido del cascarón. Y también, por supuesto a Dios, a Judas y a una rosa. Y en todas las entrevistas hay una profundidad que hace detener la lectura y pensar en serio. Esa es la increíble cualidad del sacerdote, que perteneció a la Academia Mexicana de la Lengua.
La puerta del prostíbulo se pregunta “¿quién te dice que una pecadora pública no puede ser una santa privada?”, recordando aquella sentencia de Jesús cuando dijo que las prostitutas nos adelantarán en el ingreso al Reino de Dios.
El horno crematorio afirma que “el hombre sufre más por lo que se imagina que por lo que sucede”. El ángel asegura que “estar enamorado es lo único que no cansa”.
La rosa se sube a lo más alto de la reflexión y declara que “en ser efímero radica la perfección de los seres imperfectos. Piensa en lo aburrido que sería un mar paralizado, una nube estática, unas pupilas verdes en congelación. Todo cambia, lo efímero es lo hermoso”.
El periódico de ayer asevera que “muchos hombres creen vivir no más porque no han muerto”. La cama del hospital interioriza en lo social, y a pregunta expresa, menciona que “el dolor es la verdadera democracia”.
Al final del texto, Peñalosa publica la entrevista a Dios. En apenas tres páginas describe magistralmente a Dios. Dice divertirse con los hombres “porque viven como si no fueran a morirse y se mueren como si no hubieran vivido”. En su papel de Padre, expresa que “cuando una madre arrulla a su hijo, es como si el universo floreciera”. Y en la cúspide de la entrevista Dios le dice a Peñalosa: “Los ojos ven un poco. Pero la inteligencia y el amor ven mucho más. La fe lo ve todo”.
Peñalosa es un extraordinario escritor. Mi amigo. Mi compañero. Mi fiel escudero. Mi vencedor de las soledades.
Hoy recordé a mamá. Estaba quieta en su porche, entre sus plantas y su miguelito. Leía su Biblia. Entonces me acurruqué a su lado. Cuando Dios dio por concluida la entrevista que Peñalosa le hacía, cerré los ojos, suspiré profundamente mientras meditaba cada palabra. Dejé que el solo poniente se ocultara. Cuando abrí los ojos, mamá ya no estaba… y Joaquín Antonio Peñalosa seguía allí.
Nos leemos la próxima semana. ¡Hay vida!