FERNANDO MENDOZA J / Exprés
Abril de 1984. Auditorio Municipal. Mediodía de un viernes bochornoso. Semana Cultural del Colegio de Bachilleres plantel 1 de Chihuahua. Concurso de oratoria. Último concursante…
Allí estaba yo, tratando de despertar al público y tratando de llamar la atención de los jueces que ya supuraban aburrimiento. Me detuve en medio del escenario, hice un poco de ruido para llegar hasta donde estaba, unos pocos segundos de silencio, subo el tono de mi voz… Zapata no ha muerto ni morirá jamás porque sus ideales de justicia y de libertad no morirán jamás…
Recuerdo tan bien esa entrada y la cara de los jueces que volvieron a acomodarse en su asiento respectivo luego de dejar de bostezar. Tres minutos y 33 segundos después bajé del escenario con la satisfacción de haberlo hecho como siempre pensé que lo debía hacer.
El turno fue para los jueces para calificar a un don nadie que nunca supieron de dónde salió… Sabían de antemano a quién darle el triunfo, pero nunca previeron que un completo desconocido les estaba descomponiendo su script. Pero no podían quedar mal. Le dieron el triunfo a quién siempre tuvieron en mente. Y a mí me enviaron al cuarto lugar. Fue mi debut y despedida en el mundo de la oratoria, al que nunca quise regresar.
Cuando decidí concursar yo mismo escogí el tema. Tenía que hablar de Zapata, quien por entonces era mi ídolo de la historia mexicana. Para documentarme acudí a la biblioteca con piso de madera del tercer piso del vetusto edificio de la calle Cuauhtémoc. Pero no había gran cosa. Cuando Carolina Hernández se dio cuenta de lo que buscaba, me prometió un libro de la biblioteca de su difunto padre. Caro era catequista de San José de la Montaña, y además compañera de salón de Bachilleres.
Al día siguiente, Caro puso en mis manos Zapata y la Revolución mexicana de John Womack Jr.
Tenía que leer 400 páginas en tiempo record y preparar el discurso. Heme allí, recién despertaba tomaba a Womack y leía unas decenas de páginas antes del desayuno… y Zapata se me iba desvelando como verdadero líder revolucionario, quizá el único líder que sabía lo que quería al sumarse a la lucha armada.
El doctor en historia por la Universidad de Harvard hizo un gran trabajo de investigación y documentación, y nos presenta a un Zapata que bien conocía la situación de los agricultores de Morelos. Un Zapata no pobre, un Zapata que sabía las carencias de su realidad, un Zapata que se unió a la lucha porque buscaba proteger la tenencia de la tierra del campesinado que conocía.
Pero Womack insiste en que su investigación es un relato y no un análisis. Un relato de cómo el campesinado de Morelos, con Zapata a la cabeza, tomó conciencia de su realidad y trató de cambiarla, primero por medios legales y luego cuando ya no pudo más por esa vía, entonces eligió la lucha armada.
Y el autor va más allá. Ve a Zapata como el alma de un movimiento, un auténtico movimiento revolucionario, que no termina con la muerte de su líder, suscitada en 1919 gracias a una traición, sino que es asumido por el campesinado para continuar con el cambio de su situación.
A cada capítulo leído se me iba llenando la cabeza de ideas para mi discurso. No estaba siendo tan fácil como pensaba porque era un caudal de información. Pero no me podía detener, porque Womack seguía y seguía mostrándome un Zapata verdaderamente revolucionario.
Cuatro días antes del concurso concluí el libro. Había sido toda una experiencia. Frente a mí tenía docenas de páginas de apuntes. Había sido todo un diálogo con Womack con Zapata como tema central.
Me quedé con la idea de que don Emiliano tenía un real ideal de justicia para el campesinado. Sabía que la tenencia de la tierra debía ser el marco de su lucha para lograr la justicia para el campesino.
Luego fui mezclando esas ideas en las primeras frases de mi discurso. Después, los apuntes sirvieron de algún modo. El discurso quedó listo el miércoles por la noche, día y medio antes del concurso. La memoria -que por entonces podía lucir dado que no había recibido el garrotazo cuando un compañero del Grupo de Jóvenes apodado Mijares falló a la piñata pero atinó a mi cabeza- hizo el resto.
No gané el concurso gracias a intrigas políticas de los jueces, pero gané al conocer un Zapata documentado por Womack que no conocía. Un Zapata que guardo aún en lo que queda de mi memoria.
El lunes posterior al concurso entregué el libro a Caro, pero me quedé con la comezón de tenerlo en mi librero. Muchos años después, mientras esperaba frente al pelotón de fusilamiento, acudí al mítico lugar de la calle Ocampo, donde estaba la Librería Infinito, y lo conseguí por 100 pesos.
Nos leemos la próxima semana. ¡Hay vida!