El pobre de Asís, de Niko Kazantzakis

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

El santo de Asís es el último de los santos, pero ocupa el primer lugar de todos los santos. Esta santa frase se la oí a un seminarista cuando yo tendría unos siete u ocho años, en una de tantas catequesis que nos dieron para prepararnos para Semana Santa.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento y cuando ya había descubierto yo el hielo, pude entender por fin la frase. Pero en aquel entonces no supe ni lo que significaba pero quedó para siempre en mi mente.

Sabía que había existido un San Francisco de Asís, pero no sabía más. En mi prematura adolescencia pude ver la película Hermano Sol, Hermana Luna, de Franco Zeffirelli, y pues quedé prendido de ese santo locamente enamorado de la pobreza y de la sencillez de un Dios cercano.

Entonces intenté leer todo lo que me caía del santo de Asís. Dos libros me marcaron sobre san Francisco. El de Chesterton, que pude comprar en una librería de la Vía de la Conciliación, a unos pasos de la Basílica de San Pedro. Y El pobre de Asís, de Niko Kazantzakis.

Si la memoria no me falla, el primer ejemplar que tuve entre mis manos de El pobre de Asís era de Antonio Moreno, conocido entre los moneros como Toño Chihuahua, y que fue el compositor del bellísimo canto Dile que sí. Pero nunca tuve la valentía de pedírselo prestado para leerlo completo. 

En algún momento tuve otro ejemplar, que no recuerdo bien a bien de quién era. Fue la primera vez que lo leí completo. Luego lo vi en la Librería Infinito, en el mítico local de la calle Ocampo, y lo adquirí para tenerlo y leerlo por segunda vez. Lo presté meses atrás al P. Rogelio Márquez, extraordinario sacerdote y mejor amigo, y acaba de volver a mi librero.

Niko Kazantzakis es extraordinario. Pinta tan bien a San Francisco, que pareciera que va uno acompañando al santo por la campiña italiana y pareciera que oye la juvenil voz del santo más loco de todos los santos.

Con abundancia de diálogos, el escritor griego va desgranando poco a poco la vida pobre del santo, a través de la narración del Hermano León, compañero de andanzas y senderos de Francisco.

Y vamos descubriendo un santo menos edulcorado, buscando agradar a Dios a través de la obediencia a la voz divina aunque le costara entender el desprecio de algunas autoridades e incluso de su propia familia.

El pobre de Asís no es una biografía. Es preciso aclararlo, porque ha recibido críticas por no apegarse “fielmente” en algunos pasajes de la vida de Francisco. Es una novela, y hay que entenderlo, porque el autor intenta presentar la vida del santo a través de sus propios ojos, dando énfasis a su propuesta.

Debo decir que la narración del encuentro de San Francisco con el leproso, apenas comenzando su proceso de conversión, me ha hecho llorar en ambas lecturas que he hecho del libro. Me parece que se presenta como la primera gran prueba para el santo de Asís, y que ha dudado en dar el brinco hacia los brazos amorosos de Dios abrazando al leproso. Pero, bellamente narrado por Katanztakis, Francisco ha decidido dar el mayor de los saltos.

Lo que venga después, sabe con certeza que su locura siempre será acompañada por la fidelidad de su Dios. Y Francisco siempre será fiel a su Dios, desde la sencillez y la pobreza.

Ahora, que El pobre de Asís está de nuevo en el librero, no será mala idea darle una tercera leída, para verme acompañar a Francisco por aquella colina de Asís, en cuyo medio camino surge con esplendorosa belleza la Basílica que guarda los restos del santo que supo dar a la Iglesia la alegría de la pobreza y de reconstruir desde sus entrañas el camino hacia un Dios tierno y amoroso.

Es Cuaresma. Se aproxima Semana Santa. Busquemos a manera de San Francisco, la santa pobreza que nos acerque a la caridad por nuestros hermanos. Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

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