La persecución religiosa en Chihuahua, de Gerald O’Rourke

FERNANDO MENDOZA J. / Exprés

Era 1977 y fue la primera vez que vi esa foto. Me impactó. No pude quitarme esa imagen durante varios días. Había tomado la revista Impacto, que mi hermano Víctor, el mayor, había llevado a casa. Como siempre, le eché un ojo. Aunque no sabía nada de política, me gustaba hojearla y ojearla a la vez que leía dos que tres páginas.

Impacto por aquellos aciagos días era una buena revista política, que constantemente criticaba al gobierno de López Portillo, y era tan solicitada como la naciente Proceso. Impacto publicaba cada semana un reportaje sobre la persecución religiosa. Recién se había publicado la grandísima investigación de Jean Meyer sobre el tema, y la revista se hacía impacto sobre ese período que el sistema había decidido no darle eco.

Y aquella tarde, repantingado en el sillón de la sala, debajo del romeo y la julieta que daban vuelta por las cuatro paredes, tomé la revista en cuestión y apareció aquella foto. Se veían las vías del tren que se perdían en el horizonte, a un lado un montón de postes de telégrafos que también se perdían en el horizonte. En cada poste, un ahorcado, que la revista señalaba que eran cristeros colgados por el ejército…

Ignoro si fue por aquella imagen o por los reportajes leídos en Impacto o porque mi madre me llevó en media docena de veces a visitar la tumba del Padre Maldonado mártir o noséporqué que terminé leyendo cuanto material encontraba sobre la persecución religiosa.

Luego de algunos años, una mañana calurosa, alrededor de la amplia mesa de Notidiócesis, el padre Dizán me presentó sin más ni menos a un joven alto, güero, con incipiente calva. “Se llama Gerald”, dijo. “Le vamos a publicar un libro”…

Existía la inolvidable Editorial Camino, que entre muchas cosas buenas, publicaba excelentes libros de historia. El texto en cuestión era La persecución religiosa en Chihuahua (1913-1938). Fascinado por el tema aquella mañana de calor extremo Gerald y yo compartimos una docena de tazas de café, aderezada por su amena plática, llena de datos y análisis.

No fue la única vez que platiqué con Gerald. Así que cuando estuvo listo el libro, ya sabía la sabiduría que existía en él. 

Chihuahua no fue el Bajío ni los altos de Jalisco, lugares donde la persecución religiosa y el odio a la fe por parte de las autoridades del sistema fue al extremo. Sin embargo, sí existieron autoridades que se hicieron eco de la guerra y persiguieron a los pocos sacerdotes que se quedaron en el territorio del estado de Chihuahua.

Gerald O’Rourke narra sin tibieza cada paso que daba el sistema. Dice tal cual cómo se fueron desarrollando las normativas legales que abiertamente hacían imposible la vivencia de la fe. Y muestra de cómo, poco a poco sin organización alguna, los cristianos católicos llamaban a defender su fe.

Señala que el Obispo de Chihuahua, Mons. Antonio Guízar Valencia hizo un llamado a sus fieles para que no tomaron las armas para defender a la Iglesia. Y mandó a los seminaristas fuera del país que continuaron sus estudios, a la vez que redujo al mínimo el número de sacerdotes que ejercitaban su ministerio. Unos pocos se quedaron, incluso bajo su propio riesgo.

Gerald va narrando los hechos tal se fueron apareciendo. El 31 de julio de 1926 es especial y el libro va mostrando ese ambiente alrededor de esta fecha, cuando la Iglesia decide cerrar los templos…

Asoma al final una cierta crítica a los que sucedió en 1929 cuando el sistema y los Obispos mexicanos decidieron firmar unos acuerdos (si acuerdos se pueden llamar, para citar al P. Lauro López Beltrán, que escribió un libro sobre el tema). 

El texto es una muy buena obra que se adentra y expone la realidad que durante muchos años fue escondida: una terrible persecución religiosa que impedía que los cristianos, principal y casi exclusivamente los católicos, celebraran su fe. 

La persecución religiosa en Chihuahua incluye un capítulo sobre el P. Pedro de Jesús Maldonado, que falleció el 11 de febrero de 1937, durante la llamada “Segunda” en el país. Es de lo poco, casi lo único, que se ha escrito sobre el primer santo de Chihuahua desde adentro de la Iglesia. Una asignatura pendiente para la Iglesia.

En mi última plática con Gerald, cuando se alistaba la beatificación de Mons. Rafael Guízar, me soltó una frase demoledora: “Antonio, primer Arzobispo de Chihuahua, es tan santo como su hermano Rafael”. Otra asignatura pendiente.

Al final de estas líneas saco el libro de Lauro López Beltrán en su página 315 y veo la imagen de los ahorcados. Vuelvo a sentir náuseas. Nunca debió pasar.

Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

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