Anhelo de vivir, de Irving Stone

FERNANDO MENDOZA J / Exprés

Hace unas pocas semanas falleció Estela Chávez. Con ella descubrí las misiones de Semana Santa. Era yo un puberto más serio que dicharachero, cuando nos invitó a nuestra primera misión. A esa tierna edad no fue fácil convencer a mi madre para el permiso, pero mi entusiasmo infantil terminó por doblegarla. La misión me cambió por completo.

Por aquella época fueron tres años de misiones. Creo. Luego las continuamos en familia. Siempre siguiendo el esquema que nos enseñó Estela, o Estelita, diminutivo que ella aceptaba a regañadientes.

Me hubiera gustado ir a platicar con ella y decirle que la experiencia me cambió la vida. No pude o no se dio o lo que haya sido. Tampoco le platiqué que en esa primera misión, acostumbraba observar los rosales tupidos frente al templo y aquel campo, pequeño pero atractivo, lleno de girasoles.

Cuando las jóvenes y señoras se reunían en el templo, iba yo medio escondido, me sentaba a la sombra de la lila y contemplaba aquella alfombra amarilla que se movía al compás de un vals inquieto, rítmico y seductor.

Pasados los años, repantigado en el sillón azul frente a la mesa gigante de la biblioteca pública, abrí aquel libro inmenso y me iluminó aquella pintura de Van Gogh. Girasoles. Amarillo. Colores vivos. Me trasladé a las tardes apacibles de aquella misión de Semana Santa.

Ahhh, Van Gogh.

La semana pasada buscaba en el librero principal de casa un libro de Joaquín Antonio Peñalosa. Donde aseguraba que debía estar apareció Anhelo de vivir, la vida de Vincent Van Gogh, de Irving Stone. Y volví a remontarme a aquella tarde en que no descubrí el hielo pero sí aquel bello campo de girasoles en mi primera misión.

El libro es un arrebato amarillo. Un furor de girasoles. Un vaivén de emociones. Una introspección a una vida llena de claroscuros. En resumen, un paisaje de una noche estrellada.

Irving Stone hizo un estupendo trabajo con esta extraordinaria novela histórica. Novela porque se mete en el personaje y nos lleva a vivir en serio el tobogán de la vida de Van Gogh. Historia, porque el autor nos lleva de la mano para adentrarnos en esa realidad artística del artista y contemplar desde allí una vida plasmada en los cuadros, en la sinrazón de la emoción y en la emoción de la sinrazón de Vincent.

Adivino al pintor, joven aún, saliendo de las minas de carbón, con su rostro sin color, ensombrecido por el negro del carbón pigmentado en cada poro facial. Adivino al pintor, comenzada su locura obsesiva por el amarillo, pintando cada estrella, cada girasol. Adivino al pintor sentado en el suelo escribiendo cada palabra, cada frase, cada carta a Theo, sacando su interior y desplegándolo a cabalidad desvelándose a su hermano mientras éste derrama gruesas y lentas lágrimas al ir reconociendo seriamente el arte de Vincent.

La culpa es de Irving Stone. Porque leer Anhelo de vivir es una experiencia que arrastra al lector a vivir la locura de Van Gogh. Atreverse a abrir Anhelo de vivir es meterse en una aventura escrita que vertiginosamente hace volar la imaginación para compenetrarse en la mirada de Van Gogh, y que vuela de una cantina de malamuerte a un prostíbulo donde el artista halla compañía a su soledad, que vuela de una tertulia profunda de artistas frenéticos a una noche lluviosa y obscura en la que Vincent calma su ansiedad escribiendo pesadas cartas a Theo.

En ese vendaval de realidades imaginadas, la escena imborrable. La escena cuando la joven del prostíbulo de malamuerte le pide a cambio de una noche de pasiones fingidas su propia oreja…

Irving Stone escribió una obra maestra sobre un maestro de Obras. No es fácil plasmar la vida de Van Gogh con tanta cercanía a su imaginario. Stone lo consigue y con creces. Vincent Van Gogh aparece en Anhelo de vivir con tanta imaginación que parece real. Aparece con tanta realidad que parece imaginado. El resultado es un libro que debemos leer sí o sí. En serio.

A mí, llegado a este punto, me hizo recordar aquel campo de girasoles de mi primera misión cuando medio escondido me acurrucaba en aquella sombra de la lila y podía imaginar una vida llena de amarillos. Me hizo recordar a René, a Nelly (en paz descanse), a Medardo, a Martha, al compadre… Me hizo recordar a Estela, fallecida apenas unas pocas semanas atrás, a quien no le pude agradecer que me haya llevado a esa misión que cambió mi vida y en la que descubrí esos girasoles.

Nos leemos la próxima semana. ¡Hay vida! 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *